domingo, 28 de junio de 2009

Veneno o balas


Yiya Murano

Hace unos treinta años, en Buenos Aires, una dama del barrio de Monserrat fue detenida por la policía (Las reformas policiales en Latinoamérica y el perfil profesional del nuevo policía).
No diré que era hermosa para avivar el resplandor del mito, pero sí elegante, con rostro seductor, y sus fotografías en los diarios parecían emanar caros perfumes importados (
El perfume).

Habían descubierto que, en los tés que ofrecía a sus amigas, también solía ofrecerles masas envenenadas (Variedades de azúcar) -¡qué pecado!, les ponía veneno a las masas más finas y ricas, las de El Molino, confitería que quedaba enfrente del Honorable Congreso de la Nación Argentina (El Congreso: historia constitucional y valores democráticos).

La recuerdo alta, delgada y bastante soberbia, bajar de un auto frente a Tribunales, escoltada por guardias -en el noticiero de la televisión, es claro (La televisión que habla de la televisión).
Después pasó tan rápido el tiempo -para mí- que la vi salir de Tribunales -en el noticiero de la televisión, sigue siendo claro- con su condena cumplida y un poco menos soberbia, menos delgada, menos alta, pero ya convertida en mito, en arquetipo, en la Lucrecia de los Borgia (
Los Borgia): nos seguía fascinando, vaya a saber por qué.

Y sigue siendo de tal modo un mito que, como todo mito de larga duración, se ha vulgarizado sin perder fuerza (El mito de Sísifo y la gordura).

Las pocas veces que en Buenos Aires hay escasez de noticias, los periodistas hacen sus notas de color invitándola a Yiya Murano (El periodismo). Le preguntan con bastante cariño cuestiones que ella niega blandamente; le preguntan cuál es el recuerdo que tiene para aquellas amigas que “azarosamente” murieron al saborear sus masas: ella tiene el mejor de los recuerdos, y le piden que cuente alguna anécdota de su vida en la actualidad.

La última vez que la vi en la TV relató orgullosa que iba caminando por una calle céntrica -ella ya tiene muchos años, debe de haber caminado lentamente- cuando dos jóvenes se le acercaron, le preguntaron si ella era “la envenenadora de Monserrat” -pero con mucho respeto-, y le pidieron aparecer en una fotografía junto a ellos. Ahí nomás aceptó complacida, y una persona que pasaba apretó el gatillo -perdón, el botón de la cámara- y los inmortalizó a los tres (Por cinco segundos de fama).

“¿Por qué iba a negarme?”, dijo con una todavía refinada sonrisa.

Otros refinamientos más actuales

Hace siete años que el caso de una socióloga porteña asesinada en un country privado (Club de Campo) viene siendo noticia en la Argentina.

En realidad, María Marta “primero” murió de un golpe accidental que sufrió en su bañera; el marido la descubrió, casi desangrada y con pérdida de masa encefálica -cruel demostración del maligno poder de la grifería moderna (Aceros).

La señora, de cincuenta años, era del más alto nivel social, económico, cultural, de una familia de abolengo interminable, hija de un famoso abogado penalista autor de textos y profesor textual.

La enterraron, pero al velorio había concurrido el fiscal de la jurisdicción, a quien la misma noche del velorio empezaron a no cerrarle ciertos hechos y ciertos conciliábulos, y consiguió, a los 45 días del entierro, exhumar el cadáver por las dudas…

Por las dudas tuviera las cinco balas que tenía en el cráneo -prolijamente cubiertas con pegamento y disfrazadas debajo de un peinado demasiado elaborado para la ocasión -también otra bala le había rozado la frente, por lo que el maquillaje era de alto impacto para disimular los magullones, por lo que los familiares recibieron esta cariñosa reconvención: “¿No la maquillaron mucho a María Marta, ella que apenas si usaba rouge?”.

Ahora, en estos días, luego de años de lucha del valiente fiscal -un joven abogado llamado Diego Molina Pico- y de algunas nada cobardes amigas de la socióloga, la Cámara de Casación ha declarado prisión perpetua para uno de sus asesinos -porque fueron tres los perpretadores-, es decir, su marido, el sereno y pacífico, más bien orondo, señor Carlos Carrascosa. Y está investigando lo que todos sospechamos en Buenos Aires: la participación de su cuñado y de su media hermana.

¿Tragedia griega, o deliciosa novelita de Agatha Christie?

Agatha Christie también buscaba alta sociedad, círculos cerrados y criminales inverosímiles y sin prontuario. Todo se desarrollaba entre bocados exquisitos, palos de golf y mansiones, como en este caso. ¡Pero en la Inglaterra de esta autora había más exquisiteces, más palos de golf y mansiones!

Se ve que en cuanto pesca un espacio posible, el crimen elegante toma armas, no importa si balas o veneno.

¿Qué nos dirá esto de nuestro corazón?

¿Y que nos dirá además de que, en nuestra “inocencia”, nos fascinen los crímenes elegantes?

¿Será real aquello de Oscar Wilde, su Balada de la Cárcel de Reading, cuando dice que todos los hombres matan lo que aman?

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