lunes, 8 de junio de 2009

El juego: primer ejercicio de libertad


Jugar es romper, deliberadamente, las reglas de condicionamiento. Es la vía para volver a la espontaneidad, requerimiento incondicional de la libertad.
La catarsis como se imagina, no existe: la desesperación, la angustia liberada produce más angustia, más desesperación. El desencadenamiento de una energía determinada genera mayor potencialidad de la misma energía, jamás su extinción. De allí el cuidado que se debe tener cuando nos sometemos a algún tipo de entrenamiento cuyo resultado es la movilización de éstas: hasta la saludable energía física se puede convertir en peligrosa cuando su uso no está controlado; hay muchos casos de accidentes serios en este campo. Por eso, cualquier práctica que pretenda descargar a la persona de sus conflictos emocionales o síquicos, lo que conseguirá -en realidad- será todo lo contrario: aumentar esa carga con la inevitable compulsión al escape, sea cual fuere su dirección. Un grito que busca quitar el dolor lo acentúa, acelera el desborde; en cambio, el tratamiento del grito como expresividad y aún como divertimento, puede acabar con ese dolor porque lo descontextualiza, lo disocia como reacción de su motivo.
El juego inocente -y de hecho a él nos referimos- no tiene amenazas de daño, siempre al terminar de jugar la sensación será de regocijo, de limpieza, de eliminación de la negatividad; es un efectivo procedimiento de liberación, precipitando rápidamente el desmantelamiento de las fijaciones culturales, oficiosas, sicológicas y sociales. Proponer y crear tantos juegos como sean posibles en cada sesión de trabajo, es una introducción benéfica para el aprendizaje: jugar a mostrar el ridículo, a ser el que no se quiere ser, a ponerse en roles de víctimas o victimarios, son más que entretenimientos una manera de poder desmitificar, de acercarse a la identificación de las máscaras e imágenes que ocultan y ahogan la esencia.
El juego nos evita el sufrimiento de las confrontaciones, tanto con uno mismo como con los demás: imitar -por ejemplo- una conducta que conspira o es contraria al trabajo puede mover a la risa, con ella a la comprensión y al cambio. Esa misma conducta reprochada con juicios o acusaciones, es probable que bloquee su reconocimiento, y que -como defensa o desafío- se convierta en acción premeditada y sostenida.
El juego recrea, es diversión, pero también reproducción de las leyes creadoras. Jugar es vivir como se desea: la vida es un Gran Juego y cuando comprendemos sus reglas, es posible jugarlas con dicha. El teatro es una réplica elaborada de una parte de ese juego y cuando es fiel a su desarrollo, también producirá dicha en quienes lo hacen y en quienes lo reciben.

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