lunes, 8 de junio de 2009

Advertencia sobre el riesgo


No ha habido creador verdadero que no haya jugado en los extremos de la afirmación o de la negación.
Por la misma suerte, todo creador verdadero -aquél con necesidad impostergable de absoluto- aspira a lo desconocido. Será infeliz con las explicaciones sobre la realidad para consumo masivo. No podrá conformarse con los ideales, teorías, conceptos, sistemas o modelos, propuestos para garantizar sin peligros, el funcionamiento social.
Buscará sediento la respuesta nueva, única, diferente: la llave del misterio, y no descansará hasta encontrarla. Por eso hay muchos difusores, intérpretes, repetidores, ensayistas, investigadores, especialistas, continuadores, críticos, pero pocos, muy pocos creadores. En el taoísmo se llama a los creadores Hombres Verdaderos; los demás son los imitadores o adaptadores, los profanos.
Los hacedores del teatro no escapan a esta extraña regla humana. Podríamos asegurar que la evolución de este arte, ha dependido justamente de esas especiales identidades que no aceptaron las formulaciones que para su momento, para su época, se imponían como realidades teatrales. Trituraron el pasado, fueron intransigentes consigo mismo y también con el público; con el público que representa siempre el momento actual, el mundo histórico con su carga de cultura establecida.
Quizás por esto hay otra regla a la que estarán sometidos los creadores verdaderos: difícilmente serán comprendidos en su tiempo, porque lo están violentando. Exigen del presente una sensibilidad que solamente se desarrollará en el futuro, a veces con siglos de espera.
Descubrir estas constantes es importante para entender que -como toda alquimia humana derivada de una operación, de una actividad- la del creador tiene la suya propia. Y en este caso concreto, ellos inventarán, harán nacer -ya que es creación- de nuevo, por primera vez: el teatro. Un teatro desconocido.

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