lunes, 8 de junio de 2009

La espera (llave principal)


Dijimos que, situado el centro con la conciencia, sólo cabía esperar. La espera es la pequeña gran llave que hace posible el ingreso en las nuevas realidades propiciadas por las particulares ejercitaciones de este procedimiento creador, lo que significa que en sí misma constituye una técnica fundamental.
Espera es paciencia, paz-ciencia: ciencia de la paz. La paz es el dominio sobre la mecánica del tiempo y del ritmo, es la situación interior requerida para favorecer los descubrimientos. Los conflictos, alteraciones o desequilibrios, nublan y entorpecen el oído y la vista interiores; decía Nicolás Valois que “la paciencia es la escala de los Filósofos, y la humildad la puerta de su jardín”, en efecto, ya hemos mencionado la conducta humilde como consecuencia natural de la visión.
Y nuevamente estamos ante la encrucijada de la voluntad: casi podríamos afirmar que la ilusión de la voluntariedad de los actos, es la causa de todos los sufrimientos, el origen de las supuestas culpas y de las ridículas vanidades. Cuando se ha comprendido que nuestro quehacer puede llegar solamente hasta un punto -luego del cual ya no depende de esta voluntad que las cosas sucedan como las queremos, sino que estamos inevitablemente sometidos a leyes objetivas de realización universal- por esto la calma y el reposo aparecen como derivados de esta sabiduría para sanar la vieja herida del deseo y son determinantes de la confianza que nos hace ser pacientes.
La espera deberá ponerse en práctica en cada trabajo y en todas las etapas del mismo, porque -volveremos a insistir una y otra vez- en el núcleo se halla contenido el organismo. Cuando estemos en pleno período de creación de la obra, habrá momentos que nos encontraremos frente a murallas, al borde de los abismos, en situaciones sin salida; entonces la única acción posible que tendremos para seguir y no renunciar, será precisamente esperar.
Decimos espera en el sentido del alerta que conduce al estado despierto; de hecho no hablamos del abandono negligente, de la pereza o de cualquier forma de desesperanza o escepticismo: es como el grado de tensión propio de los felinos al acecho de su caza, ese momento donde cada músculo, cada articulación, están preparados y listos para capturar la presa. El caso es análogo: permaneceremos vigilantes, atentos, dispuestos a experimentar -en la ejecución de los ejercicios- los síntomas físicos, las percepciones internas que indicarán la modificación de la estructura orgánica habitual. Y cuando se trate de saber por dónde seguir, velaremos para descubrir cualquier señal, para apoderarnos del menor signo que nos indique un rastro cierto.
Esta quietud parece llamar desde adentro a todas las fuerzas, a todas las voces, convocando al espíritu mismo a hacer acto de presencia y manifestarse. Por otra parte, es una sencilla comprobación de que la manera más efectiva para mirar, es detenerse; es casi imposible observar a la carrera, durante el trajín. En el capítulo: La enseñanza: preparación, se indicaron pasos graduales para conquistar la espera: estar presentes, escuchar, entregarse en fe y en posición de afirmación, de certeza ante lo ignorado.
Por último, hay otro aspecto efectual de la espera, que toca uno de los secretos más reveladores y significativos del teatro desconocido: el de las fuerzas femenina y masculina de la cuales hablaremos más adelante. Por lo pronto señalaremos -a modo de postulado- que la creación reposa y se origina en la actividad femenina, que consiste precisamente en el acto pasivo de esperar y recibir.

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