lunes, 8 de junio de 2009

El sonido


Partiendo de la inmovilidad física que es consecuencia de la espera (y siempre partiremos de la espera) provocaremos, haremos exterior, el sonido interior.
Estamos habitados por vibraciones que -al ser escuchadas, permitiéndoles salir atravesando la garganta- se convierten en sonidos. Sonidos que tendrán distintas frecuencias o resonancias dependiendo de dónde partan, de los centros del cuerpo a que correspondan y a su incidencia en el trabajo. Tampoco hay que olvidar lo más evidente: el sonido es el principio de la música, es también el gestor de la articulación y de la resonancia de la palabra.
Como dijimos para la práctica del impulso, es preciso “sintonizar” la conciencia -en este caso en los centros que son generadores potenciales del sonido-. Estos centros están en los pies, en las rodillas, en el sexo, en el estómago, en el pecho, en el corazón, en la frente, en la parte superior de la cabeza, y -bajando por detrás- en la nuca y la espalda a la misma altura del pecho. Hemos nombrado diez lugares que, lógicamente, producirán diferentes intensidades y registros sonoros particulares.
Una vez estimulado el sonido desde el centro elegido para un trabajo individual o para una experiencia grupal, habrá que “desprenderse” de él; es el segundo paso del ejercicio: la desvinculación con el sonido que estamos emitiendo, como si no fuera producido por mi cuerpo y estuviera saliendo de otra parte (por supuesto externa), ajena a mi persona. Conseguida esta desidentificación, es preciso ahora escuchar este sonido de la misma manera que lo haríamos con el de un reproductor o el de un equipo de música. La última etapa de la práctica será dejarnos penetrar, invadir y movilizar orgánicamente por él o los sonidos que escuchamos.
La vibración sonora es un increíble despertador orgánico y un reconstituyente del equilibrio psicológico por su calidad de mensajero entre los centros. Al actuar en el interior, activa células dormidas, se altera el flujo sanguíneo, cambia la respiración y hasta la visión se modifica, registrando fenómenos de iluminación invisibles ordinariamente. También son notables los resultados en los niveles de emocionalidad y de pensamiento; es posible que bajen lágrimas incontenibles sin que este llanto responda a ninguna causa definida o a alguna razón humana justificable. Esto en sí mismo, es un dato interesantísimo para demostrar que las asociaciones pueden ser -orgánicamente- nada más que eso: asociaciones; en este ejemplo el llanto no estaría vinculado al dolor ni a la alegría.
El sonido, al desactivar las dependencias emotivas, intelectuales, instintivas o motrices, promueve efectos de cambio. La liberación de funcionamiento permite el desarrollo de las capacidades: el pensamiento decondicionado se vuelve sabiduría y enseña lo que nunca aprendimos ni sabremos por ninguna información. Para explicar este fenómeno podemos inventar teorías o hacer referencia a algunas ya aceptadas como las del inconsciente colectivo o la memoria genética; pero darle una definición o ponerle un nombre es menos importante que valorar la extraordinaria posibilidad de enseñanza y desarrollo personal que comporta. Esa manía de clasificar ha matado muchas veces las mejores sorpresas, grandes descubrimientos, tornándolos explicables, digeribles; quitándoles todo interés en su comprobación, como si el conocimiento consistiera precisamente en esa aberrante habilidad para las descripciones intelectuales.
Cuando hemos tenido vivencias desacostumbradas, cuando pudimos experimentar lo inefable, es casi obligado el deseo de comunicarlo o transmitirlo. Lamentablemente es también casi obligatorio oír que se nos diga que eso no es nada nuevo, que alguien contó algo parecido, que se llama de tal o cual manera, que es producto de una determinada situación, que ya ha sido demostrado, que es sicoterapia, metafísica, bioenergética, mito angélico, semántica estructural, conducta agnóstica, estímulo de nivelación, personalidad diferenciada, salto místico, etcétera, etcétera.
El sonido entra en contacto con el Verbo, es la palabra de la sangre; de allí también su vinculación estrecha con el ritmo, con la armonía de los espacios y sus silencios. El sonido tiene un poder tan destructivo que es sabida su utilización en armas secretas de estados potencias; el sonido tiene un poder tan creador que calma las bestias y hace que el espíritu de los hombres se entiendan aunque hablen otros idiomas.
El trabajo del sonido es para el teatro desconocido, una práctica real y concreta de conocimiento con características de percepción directa.

No hay comentarios: