lunes, 8 de junio de 2009

El Actor Imposible


Existe un principio inolvidable, siempre el principio es inolvidable. La primera vez, la única primera vez, el momento nuevo, sorprendente, increíble... El contacto inefable con una realidad ignorada, misteriosa; una experiencia inimaginable, imposible.
Es el actor que buscamos, que se busca, que es buscado. El actor imposible, aquél que todavía no es, el que vendrá, el que se manifestará apareciendo, tomando su idéntica forma, ocupando originalmente el espacio. Posee una voluntad diferente, no la ordinaria, la del hacer y resultar; más bien es presa de un impulso, de un movimiento que no puede detener, que le exige, que lo somete, que lo humilla ante el concierto del uso teatral rutinario porque lo obliga a lo imposible.
“La última instancia del conocimiento no lo constituye la realidad sino la posibilidad, o sea algo que realmente no existe.” Porque paradójicamente lo imposible es la posibilidad, el desenlace de la aventura, la conquista del mandato oculto, la realización de la perturbadora inspiración, del aliento que lo ha penetrado y que ha costado tanto contener sin estallar. Es que ¿cómo negarse si “desde el mundo inmóvil de los arquetipos es precipitado al abismo tormentoso del tiempo” que es su alma y para -a través de ella- conservarse guardado en el cuerpo hasta que llegue el tiempo de ser mostrado?
El teatro dejará de ser espejo, se convertirá en substancialidad no reflejada. La imagen será réplica a partir de su existencia y no a la inversa: se hará visible lo que formaba parte del caos, de las tinieblas, de lo informe... devendrá posible lo que era imposible, esto es creación. Y el actor que no era, que presentía, que ignoraba, que cargaba con lo desconocido, se revelará, al fin consumará su realidad.
Más allá, en la oscuridad, el espectador tal vez no comprenderá lo que está sucediendo, tal vez permanezca afuera... no todos quieren estar adentro: es muy duro el compromiso. El afuera ayuda a pasar la vida, complace, engaña, ilusiona, encubre, entretiene. No hay indignidad más indigna que tratar al teatro como “entretenimiento”; el de asignarle la baja función de ayudar a pasar el tiempo, de promocionar el olvido, la inconsciencia, la fuga, de alejar al ser del Ser. El verdadero hecho teatral se asemeja al que realiza un inmigrante ilegal, atraviesa clandestinamente las fronteras interiores del espectador; lo hace salir del teatro, avergonzado, sediento, con hambre... o confiado y pleno de fe para correr los riesgos de la aventura que es vivir de acuerdo consigo mismo. Quizás aturdido por tener que volver al mundo, jamás distraído, nunca absuelto.
Por eso el actor imposible llega desde el fondo de la memoria -incluso más allá de sí mismo, desde la nada- para inquietar, para impedir el sueño, para desbaratar los planes de seguridad, para indigestar. No hay grandeza mayor que la pequeñez, la de retornar al hombre al desamparo, a su intemperie inicial, a la comprensión del estado de necesidad desde donde puede aceptar la obediencia y reconocer que debe aprender. Los desahuciados de la vida son los que pretenden aferrarla. Los que la entregan, los que la dan... la reciben nueva.
Pero esta insólita historia no es para todos, tomar el espíritu y decir sí... cuesta el mundo. El actor imposible sabe que al ejercer su condición ya no pertenecerá nunca más a las leyes de ese mundo.

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