jueves, 30 de abril de 2009

El Mercader de Venecia








“El Momento Histórico Que Gestó La Obra Y Sus Formas Sociales”








Indice
1. La Nueva Guatemala de la Asunción, martes 4 de julio del año 2000
2. La Obra

1. La Nueva Guatemala de la Asunción, martes 4 de julio del año 2000
Cualquier producción que venga del hombre, ya sea ingeniería inventora, arquitectura, teorías filosóficas o religiosas, métodos políticos, arte o literatura, es, además de su autor, propiedad de un momento histórico-cultural específico e irrepetible. Las situaciones contemporáneas y previas a la gestación de la obra regularmente van implícitas en ella, como trasfondo ideológico, sostén referencial del contexto, de las acciones y el modo de que éstas son resueltas. Es allí donde se nos recuerda que el hombre es inseparable de una sociedad históricamente definida y que sus obras no están exentas de tan grande fuerza moldeadora, mayor que las fuerzas internas que moldean el paisaje de nuestro planeta.

El Mercader de Venecia, de autoría inglesa, (William Shakespeare para mayor puntualidad), es una obra del género dramático y va intencionada a reproducir la conciencia colectiva de aquellas tierras, puesto que es una obra creada para alimentar, tanto a su autor como a sus personificaciones. Resumiendo, la obra tenía que tener un significado y acepciones popularmente aceptadas para tener éxito y un éxito lucrativo además. La mayoría de las estructuras sociales, después de que Shakespeare se consolidara como un genio teatral y lograra vencer la prohibición municipal que pesaba sobre aquel arte, se encontraban presentes en las butacas de aquel espectáculo, y también sobre la escena, magistralmente reproducidas con fidelidad por el literato más influyente de la historia humana.

Es por ello que no podemos obviar algunas situaciones históricas que estaban arraigadas en la conciencia colectiva de aquellos días y que moldearon la morfología de El Mercader de Venecia y le brindaron sus más notables macroformas sociales que subyacen en cualquier obra literaria, y en general, artística.

Al adentrarnos en el análisis de dicha obra en sus formas sociales y artísticas, debemos partir por aquellas que revisten al drama: las artísticas, para luego explicar éstas con las formas sociales, escultoras de las primeras.

2. La Obra
La obra es del género dramático representada entre los años de 1596 y 1597, de allí pasó a las páginas para su lectura y reproducción teatral. Se divide en cinco actos y un total de veinte escenas, repartidas en igualdad en dos localidades geográficas: Venecia y Belmonte. Es una comedia que incluye a los tradicionales, para aquellos días literarios, personajes: el pícaro (esta obra incluye dos, Lancelot Gobbo y Graciano), el héroe o amigo sacrificado (Antonio), la trama romántica primaria (Porcia y Bassanio) y la secundaria (de nuevo encontramos duplicidad: Lorenzo y Jessica y Nerissa y Graciano) y el infaltable antagonista (Shylock).

De la trama en general podemos hablar de que es un tejido de varias tramas, dos principales y varias secundarias, que van en soporte temporal y espacial de las principales.

Haciendo un recuento de los hechos más sobresalientes de la obra, podemos decir que el montaje encuadra los hechos que se desarrollan alrededor de un acontecimiento decisivo: el deseo de Bassanio de conquistar y contraer nupcias con la bella y rica heredera Porcia de Belmonte. Pero, para lograr su cometido, debe pedir dinero a su mejor amigo: el mercader Antonio. A raíz de que éste comerciante tuviese su fortuna en totalidad invertida en el mar, varios barcos con distintos destinos, no puede entregar aquella cantidad a su amigo, pero se ofrece a servir de deudor frente a un usurero, Shylock, un odiado judío bastante cruel e impío, quien había sido maltratado y ridiculizado por Antonio, en diversas ocasiones pasadas, pero que accede a realizar el préstamo sin intereses, a cambio de que, en caso de incumplimiento del contrato en los tres meses estipulados, él reclamaría una libra de carne del lugar que estipule su antojo del cuerpo de Antonio. Los cristianos acceden al contrato y Bassanio parte en rumbo hacia Belmonte, logra vencer la prueba que separaba a Porcia de poder escoger a su gusto y antojo marido, se decide que se casan ella y él, además de Graciano y Nerissa, cuando arriba un mensaje de Antonio en la que pide el retorno de Bassanio, para que le acompañe en su última hora, puesto que sus barcos, supuestamente, habían perdido la batalla contra la mar y él no podía cubrir la deuda adquirida. Bassanio, ahora rico, marcha de vuelta a Belmonte, lo mismo que Porcia, pero furtivamente y disfrazada de hombre (muchacho), junto a Nerissa para presentarse ante el Dux de Venecia, que era quien decidía el juicio de reclamo presentado por Shylock. Bassanio llega y trata de que Shylock acepte, incluso, diez veces la suma pactada a condición de que desista de su reclamo de “una libra de carne”. Por suerte para aquellos dos amigos en aprietos, Porcia llega como un Doctor en leyes, enviado y recomendado desde Padua para asistir al Dux en la interpretación de las leyes de Venecia. A través de una hábil manipulación de la ley, Porcia logra que Shylock salga perdedor ante sus reclamos, con el argumento de que si Shylock, tomando su libra de carne, derrama una sola gota de sangre del cuerpo de Antonio, su vida será cegada inmediatamente, ya que la muerte de Antonio no estaba estipulada en el contrato. Shylock, al desistir de su reclamo, sale aún más perjudicado, dado que, “por haber atentado contra la vida de un ciudadano de Venecia” su vida quedaba en manos del Dux y sus bienes, a partes iguales, divididos entre el estado y el ofendido. La anterior sentencia será revertida sólo a condición de que Shylock se convierta al cristianismo y que deje sus bienes en herencia a su hija Jessica, quien había huido con un cristiano, Lorenzo, llevando consigo gran parte de la riqueza de su padre. Shylock acepta y la obra termina con “justicia” para todos.

Como ya se mencionó, la obra consta de dos tramas principales, entretejidas de tal manera que es imposible concebir una sin la otra. A través del resumen anterior, es posible entrever que las dos principales tramas son: la travesía de Bassanio para conquistar a Porcia y la venganza que Shylock pretende llevar a cabo sobre Antonio.
Las tramas secundarias, tales como el amor de Jessica y Lorenzo, el matrimonio de Nerissa y Graciano y otros hilos de la historia que persiguen un solo fin: enriquecer las dos principales líneas.
Con las formas artísticas-estructurales definidas, es menester develar las formas sociales, y por ende jurídicas[1] presentes en la obra.

Como ya quedó establecido, Shakespeare nos abre una ventana al momento histórico cultural que Inglaterra vivía al momento de la gestación de El Mercader de Venecia. Y a través de ella podemos observar varios factores sociales y jurídicos de relevancia en el presente estudio. Entre ellos podemos mencionar: la discriminación racial, presentada como antisemitismo, discriminación sexual, como machismo, o descalificación de la mujer frente al hombre, la difamación e injuria, la competencia desleal, el engaño, la arbitrariedad legal, la represión de la libertad de culto, el robo, la presión por influencias oligarcas, y otras formas sociales, tales como la propiedad privada, la esclavitud, el clasismo, la venganza y la piedad.

Todas estas formas sociales se encontraban vigentes en aquel siglo, tanto en la Bretaña como en las ciudades de Italia. Algunas incluso legalizadas, como son el caso de la esclavitud, la discriminación étnica y religiosa, tanto como la segregación de la mujer en la sociedad, en desmedro de su capacidad intelectual y humanista.

En prioridad, trataremos primero un tema que ha sido estudiado por muchos años, tanto por los literatos como por los sociólogos e historiadores: la imagen de antisemitismo presente en la obra, y por ende en Shakespeare.
La obra de El Mercader de Venecia, fue gestada en la Inglaterra de la Reina Elizabeth I, que logra una unidad relativamente fuerte en el Reino Unido y una imagen política exitosa, ensalzada con sus victorias militares, como la de su marina sobre la Armada Invencible española.
Las acusaciones de antisemita que pesan sobre Shakespeare, a mi criterio, se pueden desvanecer y dejar esta tendencia justificada por los factores histórico-sociales de aquellos días en esa nación.

Uno de ellos es la idea generalizada de que los judíos eran inferiores y debían de ser odiados por razones religioso-históricas. Esta idea es el producto de varios años de discriminación y persecución que los judíos sufrieron en la Bretaña hasta su expulsión definitiva en 1290. De allí en adelante, sin su presencia y por sus antecedentes, los judíos se convirtieron en el alimento de la ficción popular y con una imagen anacrónica y tergiversada. Es esta imagen de asesinos e impíos la que Shakespeare recibe como parte de un acervo cultural desfavorable para aquellos injustamente etiquetados extranjeros. Otro factor importante por el cual el autor crea un antagonista judío con las características puntuales de Shylock, es por esa misma imagen tan arraigada en la mente de sus ineducados espectadores. Más sin embargo, Shakespeare no deja de mostrar el lado humano de Shylock en su alegatoria: “...¿por qué? Porque soy judío. ¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos, ni órganos, ni alma, ni sentidos, ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano y frío en invierno lo mismo que el cristiano? Si le pican, ¿no sangra? ...”[2]Él no podía tratar siquiera de mover aquel concepto, por muy humanista y culto que Shakespeare fuese, de las mentes del público, porque se le tildaría de amante de judíos y se le censuraría. Es importante recordar que Shakespeare hacía teatro para vender, no por vocación artística “ad honorem” o por amor al arte. Pero aun así deja patente que Shylock no es un villano solamente por sus raíces étnicas y religiosas, sino por antiguos maltratos por parte de los venecianos cristianos, en especial de Antonio (Shylock: “Señor Antonio, innumerables veces me habéis reprendido en el puente de Rialto por mis préstamos y usuras, y siempre le he llevado con paciencia y he doblado la cabeza, porque ya se sabe que el sufrimiento es virtud de nuestro linaje. Me has llamado infiel y perro; y todo esto sólo por tu capricho y porque saco el jugo a mi hacienda, como es mi derecho. Ahora me necesitas y vienes diciendo ‘Shylock, dame dinero’. Y esto me lo dice el que derramó su saliva en mi barba, quien me empujó con el pie como a un perro vagabundo que entra en casa extraña.”[3]), y una conciencia histórica que no le permite olvidar que los sufrimientos que su raza ha llevado hasta aquel momento se lo debe al mundo cristiano, y había más por llegar (el Holocausto durante el nazismo alemán). Es decir, su amargura y dureza, su sed de venganza no es injustificada o antojadiza. Su aberración hacia Antonio está plenamente avalada por las afrentas que el último apuntaló contra Shylock, y asegura estar dispuesto a reincidir ( Antonio: “Volveré a insultarte y a escupirte en la cara.”[4]). Otro factor para que Shylock odie a Antonio es la competencia desleal en el negocio de la usura, única fuente de ingreso para el judío. Antonio no cobraba intereses por los prestamos que realizaba, alegando una conciencia cristiana, mientras que la misma segregación racial que se vivía en aquel tiempo, relegaba a los judíos de todas las demás actividades lucrativas de la sociedad, obliga a la mayoría de los judíos a vivir de la usura, dejándolos sin más opción que cobrar intereses de los préstamos que realizaban.

Es así como se justifica la tendencia hacia el antisemitismo con el que se señala a Shakespeare por hacer ver a su villano judío tan malvado e impío, a extremo de adorar más sus riquezas que a su hija.
Otra situación de discriminación que se da en la obra, la realiza el mismo Shylock hacia su criado Lancelot Gobbo, pero es de tipo económico. Shylock lo maltrata y abusa de él por éste ser pobre e inferior socialmente a él. También lo hace en forma de descargar su ira contra los cristianos y sus abusos, ya que Lancelot es cristiano y Shylock está en su pleno derecho a disponer de su criado hasta en su vida como a un objeto.

Algunos observan un tipo de abuso sobre su hija Jessica, al tenerla cautiva y no amarla lo suficiente como para ponerla por sobre sus bienes. Este estado es remediado por Jessica y Lorenzo, su amante, al huir de su casa y de Venecia con las riquezas de Shylock.

Avanzando en estas formas sociales de discriminación, encontramos una forma de sexismo por parte de Shakespeare. Acá a las mujeres se les presenta como inferiores a los hombres en todo ámbito.
Para ejemplificar lo anterior, presento el caso de Jessica. Ella no pudo solventar su yugo sin la ayuda de un hombre, y no es hasta después de estar con él cuando se vuelve capaz, incluso de manejar la hacienda de Porcia en su ausencia.

Otra muestra de lo anterior, pero aún más grotesco, es el caso de la misma Porcia, que, atrapada por su padre con la prueba de los cofres, le menosprecia en razón de que ella tenga la suficiente madurez y sabiduría como para escoger a su marido por sus medios y buen criterio. Se le muestra como una joven fantasiosa y hasta caprichosa, carente de razón y criterio, hasta que se desposa con Bassanio. Es como si no pudiera llegar a valor lo que vale un hombre hasta que es de alguno. Después de su compromiso con Bassanio, se convierte en la salvación de Antonio al, inteligentemente, hacerse pasar por un abogado (nótese que no se puede presentar como una mujer para lograr respeto, otra forma de aquellos días, que privaba a las mujeres de la educación institucionalizada y superior) llevando por nombre Baltasar. Con habilidad reverenciada por los presentes, interpreta la ley a manera de salvar a Antonio y condenar a Shylock, a tal punto que queda totalmente alienado: pierde sus bienes a favor de su hija Jessica y pierde su religión, que tan acérrimamente había defendido frente a la ciudad. En resumen, Porcia pasa de una ilusa niña a una erudita y sabia mujer, que salva mejor que un hombre a Antonio.

Con lo anterior descrito, y por la brevedad del presente trabajo, pasamos al análisis del hecho cumbre de la obra: el juicio.
El juicio es producto del reclamo procedente de Shylock a raíz del incumplimiento de contrato de usura por parte de Antonio. Este contrato contemplaba que, en caso de incumplimiento puntual de la paga, Shylock tendría derecho a reclamar una libra de carne del cuerpo de Antonio. Los tres involucrados acceden a tal condición y firman sin demora. Por mala fortuna, Antonio pierde parte de su fortuna en el mar y la otra se retrasa. Esto provoca que el plazo caduque y que Shylock reclame su condición. Se presenta ante el Dux de Venecia, máxima autoridad de aquel estado, entonces independiente del resto de Italia.

Ante la planteada situación, el Dux se encuentra con un conflicto, una dicotomía, puesto que, por un lado estaba su amistad y lealtad con su religión y con Antonio y por otro su obligación de hacer cumplir la ley para satisfacer a un cruel enemigo. El problema radica en que, Venecia, como una ciudad mercante, dependía de sus inversionistas para mantener su prosperidad y opulencia, y la mayoría de ellos eran extranjeros. Si el Dux favorecía a un ciudadano por sobre un extranjero tan arbitrariamente, las leyes de Venecia perderían toda credibilidad y los inversionistas no tendrían ninguna certeza de que la ley sería su amparo con un antecedente como el anterior.

Sin otra salida que acceder al alegato de Shylock y sacrificar a un amigo personal, el Dux pide asesoría legal a un doctor de Padua, el Doctor Belario, también amigo de Porcia, con quien logra un acuerdo y el primero la recomienda como un joven pero sabio Bachiller en leyes. Porcia se presenta ante el tribunal como un docto interpretador de la ley y trata de convencer a Shylock de resolver el caso por el lado económico, aceptando el dinero que Bassanio le ofrecía. Su negativa le hace remembrarle la virtud de la piedad, a lo cual tampoco accede Shylock.

El tema de la piedad también es muy importante en la obra. Shylock nunca menciona a la piedad como una alternativa, ni siquiera para su propia salvación, mientras que los cristianos la mencionan muy a menudo. Lo anterior tiene varias respuestas. Una de ellas es que los venecianos demuestran con su uso secular e interesado de la piedad, que son una sociedad con hambre de poder, hipócrita y falsa samaritana. La otra respuesta puede provenir de la formación de cada uno de los grupos religiosos representados en la obra. Los cristianos basan su fe en el nuevo testamento de la Biblia, en donde se presentan los valores de la piedad y el perdón como características de Dios, mientras que los judíos basan su religión exclusivamente en el antiguo testamento, en el cual Dios es personificado como más estricto, vengativo y hasta cruel por su inflexibilidad.

Las anteriores respuestas conforman mi planteamiento frente al tema de la piedad y las posibilidades del porqué cada grupo, a pesar de sus intereses, mueve por distintos senderos tal virtud.
Otro dato importante es que Shylock es derrotado por su sinceridad y su poca astucia.
Esto queda demostrado con sus alegatos de venganza y odio hacia Antonio y los cristianos en general. También es aquí donde queda al descubierto la trama central del libro: la lucha por el poder.

Shylock busca un poder no entre las estructuras cristianas, sino por sobre ellas. Pretende vencer al sistema utilizando al sistema. Él no desea una reivindicación ni aceptación dentro de los cristianos, puesto que ello significaría una devaluación social que lo dejaría desnudo y desprovisto de toda defensa, ya que aceptaría la inferioridad de su condición semita y la superioridad de la cristiana. Además que, a través del juicio, él demuestra su odio contra la cristiandad completa, descargándolo sobre Antonio. Pero su error, como ya lo mencionamos, fue su falta de astucia, ya que se olvidó de que las leyes de Venecia fueron creadas para proteger a sus creadores: los venecianos, en especial, los pudientes. Es por ello que resulta derrotado por la hábil manipulación que Porcia hace de las leyes venecianas y logra revertir la situación, dejando a Shylock sin posesión alguna, haciéndole perder hasta lo más importante pare él: su religión.

La otra parte de la trama central la conforma Bassanio y su lucha por el poder económico, es su “arriesgada” movida. Poniendo en peligro la vida de Antonio, Bassanio logra desposarse con una rica heredera y reivindicarse socialmente ante la Venecia mercante, que valoriza, más que la nobleza que poseía ya Bassanio, la riqueza económica producida o heredada. Bassanio logra tal meta la ser absorbido por asimilación a la elite a la que Porcia pertenecía. Con la unión, el más beneficiado fue Bassanio, quien ya reconocía el potencial de su posible matrimonio en materia económica desde el principio de la obra, dejando patente que su matrimonio, más que por amor, era por interés.

El porqué de que uno triunfara y el otro fracasara reside en la situación cultural que cada uno vivía: Bassanio compartía una cosmovisión con Porcia y las mismas valoraciones culturales, al ser ambos nobles y cristianos. Shylock fracasa por su incompatibilidad con el mundo y el sistema cristianos. Al ser odiado por el sistema y él odiarlo por su dureza con su persona, no logra comunión y armonía para tilizarlo.


Es así como concluye el presente estudio que, aunque breve, trató de encerrar la esencia de mi pensamiento para con la obra El Mercader de Venecia, de William Shakespeare. Condensándolo, he de decir que es una obra que retrata fielmente el momento histórico-cultural que vivía la Gran Bretaña y el que vivía el mismo Shakespeare personalmente, con su conciencia y su acervo heredado. Es una obra que encierra el odio y la venganza, tanto como el amor y la suerte, en una lucha en dos sentidos y por dos medios en busca del poder político y económico: la supremacía de una raza sobre la otra, una religión sobre la otra, con una visión y resolución bastante arbitraria, pero obedeciendo a un patrón socio-cultural vigente en la gestación de la comedia analizada.
“[1] Todo lo social es jurídico y todo lo jurídico es social”
[2] Shakespeare, William, ;El Mercader de Venecia, Acto III, Escena I p.71
[3] Shakespeare, Op. Cit. Acto I, Escena III, p.39-40
[4] Ídem. P.40

El teatro isabelino



EL MARCO HISTÓRICO Y SOCIAL



La estética, temática e ideología del teatro isabelino van unidas al contexto histórico-social y cultural en el que se produce, al igual que en las demás culturas. Los grandes artistas son, como todos los mortales, hijos de su tiempo.
Hacia el absolutismo inglés
Como otros reinos europeos, la Inglaterra de los siglos XIV y XV intentó consolidarse como país definiendo claramente sus dominios insulares. La iniciativa de ensanchamiento partió del reino de Inglaterra de manera similar a la operación que desarrolló Castilla cuando se fusionó con León. Tres son los dominios en los que piensan los ingleses en este periodo: Gales, Escocia e Irlanda, que no se incorporan a la corona hasta 1536, 1603 y 1801, respectivamente, aunque de esta última, sólo la parte que se conoce como Irlanda delNorte. Esa idea de expansión los conduce hasta las costas francesas, dando lugar a una guerra inevitable, de 1337 a 1453, conocida por la Guerra de los Cien Años. Si en buena parte de ese periodo el triunfo sonrió a los ingleses, Juana de Arco dio la vuelta a la contienda con sus victorias de Orleáns (1428-1429).
Estos tuvieron que replegarse hasta el norte y, aunque fracasados en la guerra, conservaron durante un siglo una estrecha franja en territorio francés, al menos hasta 1559. Probablemente la derrota, junto a otra serie de causas, hizo que Inglaterra se abriera a ultramar, creando el mayor imperio colonial de la historia.
Con Isabel I (1558-1603) el país consigue un periodo de gran prosperidad al producirse el importante despegue de su capitalismo industrial apoyado por un fuerte incremento de la población. Por otra parte, el contrabando de esclavos negros y la riqueza de los navíos ingleses dotaba de gran actividad al puerto de Londres. Esta riqueza hace surgir una gran industria metalúrgica y da lugar al gran mercado financiero londinense. Ello siguió beneficiando a la corte, nobleza y grandes monopolios, con el consiguiente perjuicio para el campesinado.
Si en Europa la Reforma partió de teólogos y juristas, en Inglaterra fue desde el poder. La disolución del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón no fue simplemente por el amor hacia Ana Bolena, sino por temor de que aquélla no tuviera descendencia masculina. El rey instigó al clero inglés, amenazó, presentó su caso ante las universidades europeas y, finalmente, logró disolver su primer matrimonio.
En 1534 el Parlamento aprobó una ley según la cual el rey era reconocido como Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra. Su hijo Eduardo VI (1548-1553) consolidó la escisión de la Iglesia Romana, y su sucesora, María Tudor (1553-1559), pese a ser católica como su madre Catalina, no pudo dar marcha atrás en un estilo de gobierno y de entender la religión como fuerza unificadora de los dominios ingleses en torno a la corona. Isabel I ratificó el compromiso anglicano.
Los reformadores ingleses, huidos del país durante el reinado de María Tudor, regresaron predicando una «purificación» de la Iglesia.
Estos puritanos produjeron ciertas tensiones en la corona, al tiempo que fueron ganando puestos en el Parlamento. A la muerte de Jacobo I (1603-1625) se produjo la ruptura total de la monarquía con tan importante grupo político, y el cierre de la Cámara de los Comunes en 1629.
De ahí saldrá la Guerra Civil de 1642 a 1652, y la aparición de Cromwell, con un poder dictatorial que duró hasta 1660, fecha en la que se produce la reinstauración de la monarquía, en manos de Carlos II, hijo del rey anterior.


EVOLUCIÓN DEL TEATRO INGLÉS

El público inglés fue testigo de la gradual progresión de la escena nacional. De los intermedios y moralidades evolucionó hacia formas mucho más realistas.
El teatro alegórico en el que se daban los contrastes de tono, lenguaje y representación, deja paso a una serie de personajes tipificados. No faltan entre éstos los tipos burlescos (el «Vicio» principalmente), que salpicaban con su sátira, diálogo gracioso y anécdotas las parábolas dramáticas más edificantes. De John Heywood es [Vit and Folly (1521), en la que frente al Sabio aparece un personaje de tanta fortuna en el teatro inglés como el Necio o Loco.
Otra obra característica es The four P's, así denominada porque sus cuatro personajes empiezan por P: «Pedlar», buhonero; «Poticary», boticario; «Pardoner», vendedor de indulgencias, y «Palmer», peregrino. Sin proponerse una crítica directa de su tiempo, cabe ver en el Pardoner la caricatura de los falsos traficantes de indulgencias y perdones de ultratumba ya denunciados por Lutero. Sin embargo, estas notas eran contemporáneas a la defensa que Enrique VIII hacía del Papa y la Cristiandad frente a las teorías del agustino alemán.
The four P's es una exposición escénica muy del gusto medieval: el debate entre posturas encontradas a través de un concurso de mentiras y de historias inverosímiles que tienen a la mujer como tema. El ganador parece ser un Pardoner, quien, a lo largo de su trato humano por los más variados lugares, afirma que en medio millón de mujeres que vio no había una sola encolerizada. Este mismo personaje tipificado dará fin a la pieza con un sermón, uno de los subgéneros del teatro medieval.
Si en su estructura la obra de Heywood continúa con la forma medieval, en el tono, temática y personajes resulta un claro precedente de la comedia inglesa. La moralidad es quizá el género más adecuado para la exposición ideológica. El dramaturgo convierte sus personajes alegóricos (la Muerte, el Conocimiento o el Amor) en otros destinados a ser portavoces de una política muy concreta: la monarquía. Para que tales moralidades no se queden en meros discursos escolásticos, los autores las insertaban en una movida y amena acción.
A este respecto, el autor más significativo del momento es sin duda el anglicano John Bale. Un título como A comedy concerning three Lawes, of Nature, Moses and Christ, corrupted by Sodomytes, Pharysees and Papistes basta para declarar sus intenciones de claro apoyo a Enrique VIII. La obra parece ser de 1538, es decir, de dos años después de la ruptura con Roma y de la proclamación del anglicanismo religioso.
John Bale supo también servirse de la parábola histórica en su King John (1536). El rey Juan se convierte en un mito dramático por el hecho de haberse opuesto en su tiempo a la autoridad del Papa, justo lo que acababa de hacer Enrique VIII con todas sus consecuencias.
Con esta figura se inicia un género de gran importancia en el teatro isabelino, el drama histórico, basado en la propia historia nacional. En el pasado que la conforma se buscan las raíces de su identidad y la justificación de los hechos recientes. Las Crónicas (1577) de Holinshed serán, a este respecto, la mejor fuente de los dramaturgos isabelinos. El drama histórico refleja la reflexión y las dudas que asaltan la conciencia inglesa, aparte de convertirse en una forma eficaz de instrucción y propaganda.
La dramaturgia al servicio de la ideología dominante será moneda corriente en la Inglaterra del siglo XVI. Las obras denunciarán al Papado, a los clérigos rebeldes al anglicanismo, la resistencia de Escocia, la religión católica...
Al contrario, durante el breve periodo de María Tudor, algún dramaturgo servirá a la causa católica contra los monarcas anglicanos.
En la tradición puramente formal hay que señalar también el conocimiento de la comedia latina, Plauto y Terencio, gracias a la labor de humanistas pedagogos, como Eton, Nicholas Udall y William Stevenson. Todos ellos piensan que el teatro es el mejor instrumento para formar y educar divirtiendo. De ahí su auge en todos los Colleges ingleses.
Asimismo, es de señalar el descubrimiento de la Poética de Aristóteles y de las tragedias de Séneca, cuya traducción inicia Heywood en 1559. En Séneca encontró el drama inglés una retórica anticiceroniana, trágica por excelencia, elegante y ampulosa; una temática basada en la venganza y en la sangre, con diversos motivos y accesorios, como los celos, odios, ambiciones, suplicios y gritos de angustia.
A los primeros imitadores seguirán otros que, no pudiendo soportar quizá la tensión del modelo latino, introducirán en él elementos cómicos y bufonescos según el gusto de la tradición inglesa.


LOS TEATROS Y LA REPRESENTACIÓN

Los teatros públicos en Londres
Fuera de la jurisdicción de la City, Londres tuvo, durante el periodo isabelino, una decena de teatros permanentes, la mayoría al aire libre, situados al norte y sur del Támesis. Se trataba de teatros de madera, o de madera y ladrillo, con partes techadas de paja, que en algún momento eran pasto fácil del fuego. Solían ser poligonales, con tendencia a la forma circular. Constaban de patio, en el que el público seguía la representación de pie, y dos o tres pisos de galerías. Esta disposición recordaba la de las posadas inglesas (inn) de dos o más pisos, en los que las galerías daban acceso a las habitaciones de huéspedes. A falta de otros locales, los cómicos se habían acostumbrado a actuar en estas posadas. De ahí que, a la hora de construir un teatro, se partiese de la conocida arquitectura de las inns.
La capacidad de los mejores de estos teatros andaba en torno a los dos mil espectadores. La media de las medidas exteriores estaba en los veinticinco metros de diámetro por diez de alto.
El primero de estos locales fue llamado simplemente The Theater. Lo construyó en 1576 el actor-tramoyista James Burbage, a quien tanto debe el teatro inglés, y el especulador Philip Henslove. Al año siguiente se construyó el Courtain, también al norte del río.
Entre estos dos teatros se estableció un convenio que se mantuvo en vigor por los hijos de Burbage hasta 1599, dos años después de la muerte de su padre. En 1587, movido por el negocio que suponía el teatro, Hanslove construye al sur del Támesis The Rose. En 1595, la compañía del Almirante construye The Swan, teatro que se ha hecho famoso a partir de la ilustración del mismo que circula por las historias del teatro.
Al romperse el pacto entre el Theater y el Courtain, en 1599, los hijos de Burbage utilizan los materiales del primero para establecer The Globe (1599), cerca del Rose.
Por su lado, Henslove y el actor Alleyn prefirieron trasladarse al noroeste, donde crearon The Fortune en 1600. En 1613 le llega el turno a The Hope.
(...IMAGEN)El actor William Kempe según un grabado de 1600.

De todos estos teatros no queda en pie más que recuerdos de algunas ilustraciones panorámicas del Londres de la época, en donde suele aparecer The Globe; el croquis de The Swan, realizado de memoria por el holandés J. de Witt (que visitó la ciudad en 1590); un contrato de construcción del Fortune por Henslove, y las indicaciones escénicas de algunos dramaturgos, a través de las cuales podemos dar cuenta imprecisa de la vida de estos locales en los que floreció el teatro de una época gloriosa.
El escenario consistía en una plataforma cuadrada de unos catorce metros de ancho por nueve de fondo -las medidas del Fortune-, y que se sitúa ante un muro con dos puertas. Allí tiene lugar la casi totalidad de la acción dramática, aunque, por encima de esa plataforma, existe una galería que puede acoger a otros actores y músicos, a veces ocultos al público. Esa galería era utilizada para las escenas de balcón (Romeo, y Julieta), pero también podía simular una muralla vigilada por soldados (Macbeth).
Otras veces, cuando no había acción que subir a ese plano, se situaban en él los espectadores más exigentes. Es de creer que ese escenario estuviese situado al fondo del teatro, y que las puertas diesen entrada y salida a los actores y los condujesen hasta los camerinos.
Sin embargo, las investigaciones de Adams y Hodges sobre los planos de The Globe optan por un escenario rodeado de espectadores por todas partes, incluida la posterior, lo que hizo que los actores tuviesen que desembarcar por trampillas.
En cualquier caso, lo normal es que el espectador esté muy próximo del actor, creando fácil una comunicación teatral. De ello quedan restos en los palcos situados dentro del escenario en muchos de los teatros románticos actuales.
También se ha discutido bastante sobre el fondo del escenario, o escenario interior, evocador de un espacio referencial (cueva, habitación, taberna, sala de trono...) que quedaba visible con sólo descorrer la cortina que lo cerraba. Pero esta teoría ha sido atacada por los que sostienen que ese espacio alejaba del público escenas de gran relieve, muy normales en tragedias y comedias.
Lo que sí parece del todo evidente son las trampillas (escotillas) en el suelo del escenario, en las que pueden haberse desarrollado escenas sepulcrales (Hamlet) y apariciones desde abajo. Dada igualmente la altura con la que cuentan los teatros ingleses, también se usó el piso superior para la instalación de maquinarias con las que habían de realizarse descensos de actores o de accesorios; en algún teatro había lugar para efectos especiales, como el del cañón. En The Swan, el nivel superior del escenario tenía forma de cabaña, de ahí su denominación, hut.
Los teatros privados
Además de los locales citados, Londres dispuso de otros, denominados privados, término que no parece del todo apropiado. En realidad se trataba de teatros instalados frecuentemente en conventos secularizados, como Blackfriars, Whitefriars o Saint Paul, que fueron utilizados por grupos de teatro de niños y adolescentes. En ellos se darán algunas de las mascaradas de Iñigo Jones. Se alumbraban con candelas y lámparas de aceite, que conjugaban sorprendentes efectos de luminosidad. Estos locales eran pródigos en efectos escénicos. Todos los espectadores tenían asiento, y un horario más acorde con la jornada de trabajo, ya que, contrariamente a los teatros públicos, que sólo funcionaban a plena luz de día, éstos podían prolongar sus representaciones hasta la noche, e incluso en los meses de verano. De ahí el precio de las entradas y la selección del público.
Decorados y vestuario
También aquí existe una gran diferencia entre los teatros públicos y privados. En los primeros es rara la presencia de decorados propiamente dichos. Más que de escenotecnia, estos teatros echan mano de elementos decorativos esquemáticos para indicar el lugar de la acción. De ahí la relevancia de los objetos para la configuración simbólica y afectiva de la representación, así como la ubicación de las diversas escenas de una obra. Los objetos se pueblan de este modo de una funcionalidad referencial múltiple.
Si los personajes llevan antorchas en la mano es que se trata de una escena nocturna; simples arbustos en macetas nos trasladan a un bosque; el trono sitúa la acción en palacio; la corona será símbolo de realeza, etc. Esta ausencia de decorado y, por consiguiente, de localización referencial de la acción, es suplida por el propio texto, encargado de decir dónde se sitúa en cada momento la acción. Cuando el dramaturgo no lo indicaba así, solía hacerlo el actor de turno.
Este procedimiento permitía gran agilidad en la acción, evitando interrupciones entre escenas. En alguna ocasión se empleaban carteles y anuncios. Con estas convenciones, el público isabelino, que además era auxiliado por los vestuarios que caracterizaban a los personajes, avisos y ambientaciones escénicas presentadas por fanfarrias, tambores y trompetas, podía seguir perfectamente el curso de los acontecimientos. Así fue posible representar, por poner un ejemplo, los cuarenta y tres cambios escénicos de Antonio y Cleopatra.
Todo esto era posible porque el teatro isabelino, y particularmente Shakespeare, no sólo hizo caso omiso de las unidades del lugar y tiempo de la preceptiva clásica, sino que no respetó tampoco criterios de división del drama renacentista en cinco jornadas o actos. Shakespeare, en muchas de sus obras, ni siquiera marca la separación entre actos y escenas. No estamos aún ante la clara subdivisión en cuadros de la dramaturgia épica, ni ante las técnicas secuenciales del cine. De ahí la irritación de Philip Sidney por esta sucesión de escenas que veían en The Theater y en The Courtain:
Tiene usted Asia a un lado, y Africa al otro, y tantos reinos inferiores que al llegar el actor, ha de comenzar por decir dónde se encuentra; de no ser así, no se entiende la historia. Ahora encontramos a tres damas que caminan juntas cogiendo flores, por lo que debemos pensar que el escenario representa un jardín. A continuación nos dicen que ha ocurrido un naufragio en el mismo lugar y, entonces, caeremos en falta si no convenimos que aquello es un arrecife.
Sin embargo, el espectador del teatro isabelino no encontraba difícil seguir todos estos desplazamientos de la acción. Para el dramaturgo contaba más la poesía y la historia desarrollada por los personajes que el lujo externo de la escena. Y eso lo entendió siempre el auditorio. Por el contrario, en las representaciones de la Corte sí había decorados para figurar los distintos espacios. Es lo que los investigadores parecen deducir del análisis de los archivos en los que aparecen los gastos del espectáculo.
Si el decorado no pareció inquietar a los empresarios de los teatros públicos, sí rivalizaron éstos en el vestuario de las compañías, que solía ser particularmente magnífico en las tragedias. Lo importante era dar idea del lujo y de la fastuosidad de los personajes representados. Importaba menos la fidelidad del vestuario a los usos de la época evocada. En el escenario desnudo el vestuario llamaba por sí y para sí la atención del espectador. Era un lujo sorprendente para los extranjeros que visitaban Inglaterra.
La calidad de las ropas haría pensar, a primera vista, en un dispendio difícil de asumir por la administración de estos teatros. Sin embargo, eso no era del todo real, ya que los vestuarios pasaban de una obra a otra, se podían adquirir de segunda mano, a veces eran donados por ilustres personalidades de la vida inglesa, etc. Se cuenta que era costumbre de algún gentleman dejar en testamento a los sirvientes el vestuario; a ellos no les resultaba difícil gestionar su venta, puesto que no los habrían usado ellos mismos.
Con Jacobo I las tramoyas comenzaron a invadir las representaciones, superándose también el lujo del vestuario. Empieza el auge de las mascaradas.
22.4. LOS DRAMATURGOS INGLESES
A mitad del reinado de Isabel I tiene lugar en Inglaterra la mayor eclosión de dramaturgos de calidad que haya conocido este país en su historia. Se les conoce con el nombre de isabelinos por haber producido la mayor parte de sus obras durante este periodo. A excepción de Ben Jonson y Shakespeare, todos proceden de escuelas universitarias.A las influencias latinas antes citadas, hay que añadir el impacto que en el drama isabelino llegó a tener la obra de Lyly, Euphues (1578).
Gran conocedor del mundo grecolatino, Lyly escribe en un estilo preciosista, poblado de todas las figuras y tropos de la retórica clásica, echando mano de los campos más diversos, mitología, heráldica, bestiarios, lapidarios, alquimia, etc.
Thomas Kid, Christopher Marlowe y Ben Jonson fueron los más destacados dramaturgos de este tipo después de William Shakespeare.
De los dos primeros se insiste en sus vidas marginales y rebeldes. Marlowe, en particular, tiene una biografía plagada de desórdenes, infamias y escándalos. Se sabe que Thomas Kyd (1558-1594) escribió un Hamlet que se perdió sin ser publicado. Su temática e historia -que Shakespeare desarrolló posteriormente- fue recogida en la que posiblemente sea la obra más representada en su época, La tragedia española (1587), compendio de truculencias de corte senequista, de moda en las escuelas.Con Christopher Marlowe (1564-1593) avanzamos un paso más hacia Shakespeare. Decepcionado como Kid del anglicanismo, posiblemente por el cariz puritano que adoptó, Marlowe abandona toda fe y práctica religiosa. Lo cual se deja ver en su teatro, cuya temática y argumentos, extraídos de la mitología, del medioevo y de la historia reciente, nos muestran el absurdo y el horror humanos.
El héroe de Marlowe pretende romper con todos los moldes, aunque para ello sea preciso pactar con las fuerzas del Mal. Destaquemos, entre sus dramas, Tamer/du (1586), considerado como el nuevo azote de Dios, que muere camino de China con la pretensión de dominar al mundo entero; la Trágica historia del Doctor Faustus (1588), precedente de la obra de Goethe, habla del personaje que se condena por haber vendido su alma, a pesar de las pruebas de arrepentimiento que ofrece.
Por su lado, Ben Jonson (1572-1637), considerado como el más digno rival de Shakespeare, vivió el esplendor del teatro isabelino hasta fechas cercanas al cierre de 1642.
Entre sus mejores producciones están Volpone, La mujer silenciosa y El alquimista.
Lo más característico de Jonson es sin duda la comedia de humores, como algunos críticos la califican. Dicha expresión viene del enfrentamiento de caracteres y temperamentos debido a la influencia sobre la psique de los distintos humores que riegan el cuerpo humano.
La introversión, las deformaciones más caricaturescas, los apetitos de poder o de placer, definen a estos personajes. La larga vida de Jonson en la escena lo hizo célebre en la comedia burguesa, llegando incluso a escribir textos para las representaciones jacobeas de Iñigo Jones, con el que mantuvo encuentros y discrepancias.
El autor defendía la primacía del texto poético sobre el lenguaje puramente visual de las escenografías de Jones.


SHAKESPEARE

William Shakespeare, el mayor de los dramaturgos isabelinos, nace en 1564, en Stratfordon-Avon. No pasa por las escuelas universitarias, aunque se sabe que estudió en la Grammar School de su pueblo.
Allí debió leer a Séneca y a los poetas y comediógrafos latinos.
Desde 1587 año en que se marcha a Londres, escribe sus primeros ensayos sobre teatro al tiempo que sus comedias.
Al arte de la escena dedica toda su vida: como actor, director, administrador y coempresario de “El Globo”, junto al gran actor Richard Burbage.
Shakespeare hereda del teatro inglés el genio irónico y burlón que no podrá dominar ni siquiera en las tragedias más patéticas.
A la inversa, el suspense, la tensión dramática, la reflexión profunda sobre la condición del hombre y la existencia no están nunca ausentes de sus comedias.
Coincide con Calderón en la apreciación del teatro, al que hace consustancial con la vida misma del hombre, o con la cara profunda y libre de los sueños. Pero sin dejar que, en la comedia, las reflexiones transcendentes se apoderen del tono de la obra. Así, en Como gustéis, Jacques afirma:
Todo el mundo es teatro. Y en él son histriones todos los hombres y todas las mujeres; sus entradas y salidas tienen lugar en escena, cada cual interpretando distintos papeles en la vida, que es un drama en siete actos. Está primero el recién nacido que maúlla y devuelve la leche encima de su ama de cría...
Esta cita puede servirnos igualmente para la comprensión del lenguaje dramático que Shakespeare pone en boca de sus personajes. Se trata de un lenguaje de estilos diversos entremezclados. A comparaciones y metáforas de tono elevado pueden seguir imágenes de la vida más doméstica y corriente. Esta mezcla de estilos no es privativa de la comedia, como podría pensarse. Está también presente en sus tragedias y dramas históricos. En realidad, Shakespeare no se sitúa lejos de la concepción de Platón, para quien tragedia y comedia representan las dos caras consustanciales del hombre.La diferencia entre una y otra habría que buscarla en:
a) La intención perseguida por el dramaturgo. Está claro que hay obras en las que éste se propone divertir por encima de todo. Frente a la comedia, las tragedias nos muestran a los personajes interpretando papeles históricos en un argumento en el que les ha tocado ser protagonistas. En la vida extra-teatral, estos personajes actuaron ante las miradas y expectación de todos. Rodeados de admiradores y detractores en una corte en la que el traidor se enmascara de amigo fiel, ¿no es eso materia teatral para Shakespeare? ¿Por qué no trasladarlo a los locales de representación?b) Consecuente con lo dicho, Shakespeare no podía permitirse con los dramas históricos las libertades que se permitía con las comedias. En ellas, el dramaturgo puede desplegar una fantasía expositiva, una imaginación creativa que lo aleje con frecuencia de sus fuentes.
Clasificación de sus obras
Estas dos visiones o caras del teatro, en correspondencia con las de la existencia, admitirían alguna mayor concreción clasificadora. La cara seria ha sido tradicionalmente dividida en dramas históricos y tragedias, subdividiéndose los primeros en dramas históricos ingleses y romanos:




DRAMAS HISTÓRICOS
Ingleses

Romanos
Enrique VI (1591-92) Ricardo III (1592-93)El Rey Juan (1595) Ricardo II (1595) Enrique IV (actos I y II)(1596-97)Enrique V (1599)Enrique VIII (con Fletcher)

Tito Andrónico (1589)Julio César (1599)Antonio y Cleopatra (1606-07) Coriolano (1608)


TRAGEDIAS

Romeo y Julieta (1595) Hamlet (1601-02)Otelo (1604)El Rey Lear (1605) Macbeth (1606)

La otra mitad de la obra shakespeariana la constituyen sus comedias. No vamos a entrar en su clasificación genérica o temática. Indiquemos sólo que sus tonos y registros, así como la estructura de las mismas, es muy variada. En nuestra opinión, alguna de ellas, en particular Sueño de una noche de verano, participan del concepto del viejo drama satírico griego.
Los dramas históricos y las tragedias
Shakespeare se inscribe en la tradición del teatro histórico inglés, que toma como argumento preferido la propia historia nacional. La galería de reyes ingleses que nos presenta el dramaturgo se convierte en radiografías dramáticas del poder. Uno tras otro, hace subir a escena:
a Ricardo II, que peca de debilidad y falta de principios, replegado sobre sí cuando tiene a su mando todo un reino; a Ricardo III, que encarna la tragedia del poder tiránico; a Enrique IV, juerguista al lado del inolvidable Falstaff, poco lúcido y despreocupado de su misión real; a Enrique V, que impone el orden y la regeneración moral persiguiendo y ajusticiando a bandidos y conspiradores...
En todos ellos, ¿no está Shakespeare retratando comportamientos más recientes vividos por sus contemporáneos?
En este contexto, incluso las tragedias de ambientación romana cabe interpretarlas como parábolas del presente. En Julio César, Casio y Bruto cometen el asesinato por razones diferentes. El primero, llevado por las bajas pasiones, el odio y la envidia; el segundo, amigo de César, por el amor al pueblo romano y la aversión al poder tiránico que adivina en la política del gran militar romano.
Esta historia, tan lejana en el tiempo de la época isabelina, será contemplada por una sociedad que guarda la memoria de recientes regicidios: los de Enrique VIII con sus esposas o el de la propia Isabel con la reina María Estuardo de Escocia.
Pero el arte de Shakespeare no está sólo en mostrar una representación dramática para convertirla en espejo de la historia. Además de ello, da la forma teatral adecuada para conmovernos y hacer que constantemente nos cuestionemos las razones de unos hechos.
La sociedad isabelina hereda la concepción política medieval en la que las diferencias sociales y las funciones vienen dadas por la naturaleza, que, en la cima, y como árbitro supremo, coloca al monarca con poderes delegados del mismo Dios.
Pero, para Shakespeare, el respeto y la obediencia al monarca tienen sus límites. El poeta denunciará las intrigas para alcanzar ilegítimamente el poder o el maquiavelismo por conservarlo.
En la escena 1 del acto IV de Enrique V leemos este aserto que nos recuerda literalmente a Calderón: «Los servicios de cada sujeto pertenecen al rey, pero el alma de cada uno es su bien propio.»
Contrariamente a Marlowe, y pese a todas las razones en su apoyo, Shakespeare admitirá ciertas transigencias con el monarca cuando así lo exija la armonía social.

(Enrique V, prólogo.)
Quién me diera una musa de fuego que os transporte al cielo más brillante de la imaginación; príncipes por actores, un reino por teatro, y reyes que contemplen esta escena pomposa; que, entonces, belicoso, el propio Enrique V el porte adoptaría del dios Marte; a sus pies, cual sabuesos sujetos, veríamos al Hombre, a la Guerra, al Incendio, ansiosos de actuar. Perdonen, sus mercedes, nuestros genios monótonos que osan presentaros, en indigno tablado, objeto de tal talla; ¿puede esta estrecha arena acaso contener de Francia el ancho campo? [...] Pondremos en acción fuerzas de vuestros sueños. Suponed que el recinto de este nuestro teatro dé cabida en esta hora a dos grandes naciones [...] Que supla vuestro ingenio nuestras imperfecciones.

Un paso más libre en la representación de los dramas del poder (y del amor) lo constituyen las tragedias. En general se trata de textos o leyendas anteriores sobre los que Shakespeare es más libre de diseñar sus propios esquemas accionales. Esto explicaría su recreación personal y el éxito de los mismos a lo largo del tiempo, que ha acabado convirtiendo a Otelo, Macbeth o Hamlet en auténticos mitos dramáticos. Detengámonos en la más ensalzada y representada de todas ellas, Hamlet.
Si Julio César es la tragedia del tormento, de la duda ante el gesto irreversible, Hamlet se presenta de inmediato como la tragedia de la voluntad decidida del protagonista, que no vacila cuando hay que salvar sus legítimos derechos. Al menos, así puede presentársenos Hamlet en una primera lectura.
La historia procede de un viejo drama medieval conocido del público inglés. Todo parte de una visión en la que a Hamlet se le aparece el fantasma de su padre. Este le confía que fue el tío de Hamlet quien le dio muerte para apoderarse de la corona de Dinamarca, tras lo cual se casó con su propia esposa. Ante esta revelación, Hamlet se finge loco y se recluye en su soledad. Ni de la bella Ofelia quiere tener noticias. Trama entonces un plan estratégico y sutil para recrearse con sus víctimas. Idea la célebre escena del teatro dentro del teatro, en donde unos comediantes representarán, ante el rey su tío y su madre, la historia de un rey muerto por su hermano...
No faltan los elementos senequistas y truculentos, la sangre que llama a la sangre, el encadenamiento de los hechos luctuosos en un héroe arrebatado por la acción. Mas no logra Hamlet cerrar el círculo de la violencia, que seguirá machacando al propio héroe. Es fácil, en este contexto, entender el célebre monólogo de la obra, «ser o no ser», que es lo mismo que preguntarse si vale la pena la lucha a tal precio, o incluso si vale la pena seguir viviendo:
Ser o no ser, éste es el problema. Saber si es más digno a nuestra alma padecer los escarnios, las pedradas y los flechazos del destino o luchar contra todos estos males a fin de destruirlos. Morir, dormir... y nada más. Pensar que con un simple sueño podemos poner fin a las penas y a todas las injurias naturales que heredamos de la carne. Este es el final que devotamente debemos implorar. Morir, dormir, ¿dormir? ¡Soñar acaso! ¡Ah! He ahí lo que nos paraliza, pues, ¿qué sueños habremos de tener una vez abandonemos el tumulto de nuestra existencia mortal? Eso es lo que nos detiene, ésa es la razón que nos induce a ir más allá en nuestras exigencias.
En la obra se apela a las «percepciones» inconscientes del espectador: presencia de los sueños, aparición del más allá en la conciencia presente. Quizá sea Hamlet el que indague su propia identidad, buscándola en la imagen paterna.
(Hamlet, act. III, esc. 2.a.)
HAMLET.-Decid este parlamento, os lo ruego, como yo lo he recitado ante vosotros, con viveza y soltura; que si lo vociferáis, como hacen muchos de nuestros actores, más me valdría, en tal caso, confiar mis versos al pregonero. Y no cortéis demasiado el aire, así, con los brazos; antes bien, que vuestros gestos sean moderados; porque, incluso en medio del torrente, en medio de la ternpestad, y, aún os diría, en medio del torbellino de la pasión, debéis adoptar y mostrar esa mesura que le da su encanto. ¡Ah! En lo más profundo me disgustó escuchar a un mozallón empelucado hacer jirones una pasión, es decir, hacerla añicos, y lacerar los oídos del patio que, por lo general, sólo aprecia la pantomima incomprensible y el estrépito. Me agradaría ordenar azotar a ese comicucho, tan grotesco en el papel de Herodes como en el de Termagante. Nada de eso, ¿eh? [...]Mas tampoco pequéis de aburrido; sino que vuestro propio discernimiento os sirva de guía. Que vuestra acción esté en consonancia con la acción dicha, aplicándola con especial interés a no violar nunca la naturaleza; porque toda exageración se aparta de la finalidad del teatro que, desde su origen, y aún hoy, tuvo y tiene como objeto ofrecer, por así decirlo, un espejo a la naturaleza, mostrar a la virtud su propia imagen, y a la sociedad contemporánea su forma y su marca. Porque si la expresión es exagerada o débil, por mucho que haga reír al ignorante herirá a no dudarlo al hombre sensato cuya crítica -estaréis de acuerdo conmigo- es de más peso que la de una sala llena de profanos.


Las comedias

Shakespeare sigue siendo un dramaturgo ejemplar en sus comedias. Dejando de lado la temática y los argumentos de las mismas, sorprende la variedad de registros que nos descubre su análisis, las combinaciones de tipo estructural que encontramos en sus diferentes títulos, la agilidad de sus diálogos... Por ejemplo en la comedia de mayor lujo compositivo y mayor riqueza de planos y estructuras expositivas: Sueño de una noche de verano.
Siguiendo su historia nos encontramos con tres planos de acción netamente diferenciados. Se inicia con el «plano real» de la comedia, que sirve de marco a la misma, pues abre y cierra la acción, y cuenta la próxima boda del duque Teseo con Hipólita. La fiesta nupcial tendrá lugar dentro de cuatro días, tiempo para desarrollar las acciones de la comedia. Sobre esta celebración se incrusta otra, igualmente real: Teseo, padre de Hermia, pide al duque Egeo que la convenza para que acepte el amor de Demetrio y olvide a Lisandro, que la ha seducido. A su vez, aparece en escena Elena, que ama a Demetrio sin ser correspondida por él. A este plano real se yuxtapone otro puramente teatral, el de los artesanos que preparan una representación dramática para la boda de Teseo, basada en los tristes amores de Píramo y Tisbe. Pero no queda ahí el enredo dramático que inventa Shakespeare, pues en la segunda jornada hace irrumpir en escena una serie de personajes de los bosques. Entramos en el mundo de la irrealidad, o «plano onírico». Estos nuevos personajes inciden sobre los de los planos anteriormente citados, apoderándose de la obra en las tres jornadas siguientes, sumiéndolo todo en un ambiente de encantamiento y confusión.Oberón, para vengarse de Titania, pone sobre sus ojos la savia de la flor del amor, a fin de que ésta se enamore del primero que encuentre en su camino. A partir de entonces todo se disparata. Al despertar, Titania se enamorará de uno de los artesanos, con cabeza de asno, y de allí el hilo argumentai se enredará hasta límites insospechados. Finalmente, se impondrá el uso de la flor del desamor. Acudirán los desposados y asistirán a la función de los artesanos. También el cortejo de los seres mágicos entrará, encabezados por Titania, e invitarán a todos a cantar la felicidad del matrimonio suplicando la bendición y gracia de las hadas.
Shakespeare acude a lo misterioso, jugando con la alucinación y el sueño en un ballet poético y mágico. Cuando en la última jornada todo parece volver a la realidad, los personajes míticos se apoderan de la acción y vuelven a mandar en ella. La convocatoria de las fuerzas misteriosas que escapan a la acción no es infrecuente en el teatro de Shakespeare. Lo hemos comprobado en Hamlet. Pero no falta en obras de tono menor, como Romeo y Julieta, en el sueño fantástico del protagonista sobre la reina de los sueños, ni en la complicidad de Fray Lorenzo, mitad fraile mitad mago, que logra con sus brevajes fingir la muerte.
La obra de Shakespeare hemos de enmarcarla dentro de la tradición del teatro inglés, desde las moralidades e intermedios -que conoció de niño-, de donde toma en parte el ritmo de sus diálogos y el despliegue de su teatralidad, hasta los dramas preisabelinos y de sus propios contemporáneos. Su saber teatral le hizo detenerse justo a tiempo para no caer en las truculencias de algunos autores, ciñendo el relato a la historia y su representación, sin dejarse llevar por tentaciones novelescas o excursos poéticos peligrosos para la acción teatral. Pese a todo ello, al lector y espectador de su tiempo, e incluso de nuestros días, no dejan de parecerle excesivamente complicados los esquemas de algunas de sus mejores obras... si el director de escena no sabe presentarlas con la suficiente claridad y lucidez.
Pero Shakespeare no sólo lleva a su cima la tradición dramática de su tiempo, sino que, junto con los griegos, ha seguido informando el teatro del porvenir: la escena romántica occidental, el teatro simbolista, el teatro épico y el propio teatro surrealista. Un ejemplo de estas últimas influencias lo tenemos en García Lorca, particularmente en las deudas de El público para con Sueño de una noche de verano.


EL TEATRO POSTISABELINO

A la muerte de Isabel I, en 1603, llega al poder Jacobo I. El fastuoso avance de la comitiva real hacia Londres parece que constituyó el mayor espectáculo del momento, un espectáculo en el que el rey era el principal actor. Las cortes europeas de esta época eran muy dadas a estas ceremonias de entronización, en las que seguían los rituales de los príncipes italianos del Renacimiento. Algunas de esas cortes, particularmente la inglesa, continúan con esa tradición.
El lujo y ostentación eran signos del absolutismo real al que se le atribuía un origen divino. Jacobo I trasladó este boato al teatro de la Corte. Su reinado representó el auge de las llamadas mascaradas, consistentes en espectáculos de gran tramoya, en los que eran más importantes los aspectos visuales que los textuales. El mayor organizador de estas mascaradas fue Iñigo Jones, que había aprendido en Italia el arte de la magnificencia del teatro, el de los grandes efectos.
Iñigo Jones, que venía de una Inglaterra austera, quedó deslumbrado por los italianos, y por el marco de sus espectáculos. Entre otros, pudo admirar el fastuoso teatro de Vicenza.
Al volver a Inglaterra siguió innovando por su cuenta en esta vertiente decorativista al servicio de historias simples, poéticas, de tono muchas veces pastoril, recitadas al son de músicas ensoñadoras.
Por su lado, la comedia y la tragedia se vio en los teatros públicos afectada por el gusto del pueblo y de una nobleza amiga de sensacionalismos.
En la tragedia se extremó el senequismo. Los temas del desenfreno sexual, de los celos, torturas y traiciones eran moneda corriente. Todo ello sazonado cada vez más por invocaciones al diablo o apariciones de espectros. En sus escenas de venganza y violencia parece adivinarse la reciente historia de Inglaterra.
Con la llegada al poder de Carlos I, en 1625, el teatro de corte impulsó aún más las mascaradas.
El propio rey y la reina participaron en ellas, con gran escándalo e indignación de los puritanos ingleses.
El triunfo de Cromwell hizo que se prohibieran las representaciones escénicas, con lo que se cerró el mayor capítulo del teatro inglés.