La pieza, dirigida y actuada por el autor, a quien acompaña Verónica Oddó, se centra en la relación entre dos ancianos artistas, alojados en un asilo. Ella fue bailarina de revistas, él especialista en el teatro de Shakespeare.
“Vencida por la artritis y no por la edad”, una bailarina de revistas acaba de ingresar a un asilo de actores donde se encuentra alojado un viejo intérprete de textos shakesperianos, que en los tiempos de gloria de la diva supo estar enamorado de ella. En pocos días, entre ambos se teje una extraña y mágica relación que abarca remotos tiempos. La alianza que se celebra entre los dos viejos actores tiene un singular efecto reivindicativo para este hombre desilusionado que vive amenazado por la enfermedad y el miedo a la muerte. Así, este encuentro renueva en él la necesidad de afirmarse en el teatro, un arte que resumió desde siempre una parte esencial de su identidad.
Sin embargo, el centro de la pieza es la ex vedette –de quien Saavedra recuerda con embelesamiento “las largas piernas y la curva insolente de las caderas”–, quien se revela sorpresivamente, no sólo como una especialista en la obra de Shakespeare, sino también como una criatura que enfrenta el paso de los años y la amenaza del deterioro del tiempo con una altivez que asombra a su rendido admirador. Para ella, la muerte no es más que una “cobarde claudicación”. Ella tiene, además, una imaginación desbordante, capaz de embarcar en su vuelo fantástico a su vecino de cuarto, quien hasta el momento parecía más dispuesto a claudicar ante una insuficiencia cardíaca, enfrentado a la soledad y el encierro que esa residencia de ancianos o “antesala del fin”, como él la llama, tiene destinado a todos aquellos que más que dejar la actividad teatral por propia iniciativa, han sido “dejados”, sin más, por el teatro y su público.
Rica en diálogos de sustancia irónica y humorística, la pieza de Gené (un autor que no escribía desde 1993, cuando dio a conocer sus Memorias bajo la mesa) parece haber sido pensada para el lucimiento de la actriz. Es así como Oddó manifiesta sus recursos físicos y vocales en la expresión de la sutil arrogancia que define a un personaje que, al igual que el Orlando de Virginia Wolff –haciendo la salvedad de su cambio de sexo– atraviesa los siglos acumulando experiencia y sabiduría sin acusar el paso del tiempo. Con la sencillez del habla cotidiana y a partir del recuerdo de sus propias historias, surgen instancias signadas por los celos retrospectivos, las mentiras piadosas y la admiración manifiesta.
Sin retóricas discursivas, Gené construye con esta pequeña historia un símbolo de la trascendencia del arte, para lo cual alcanza con la sabia actuación de la pareja. Aunque la pieza pudo haber prescindido de algunas escenas, el tono de los diálogos y la mutua adaptación de los intérpretes se destacan por propio peso sobre toda otra decisión de puesta. Porque mucho menos efectivos son los aportes de la musicalización de Luis María Serra o el melodramatismo de las imágenes que buscan graficar los sueños de la actriz, expuestos tras unas bambalinas de fino entramado, que suma imágenes proyectadas muy poco sugerentes.
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