Realidad y ficción en la construcción de una nueva subjetividadPor Cristina Escofet
1. EL MUNDO NO LLAMA A NUESTRA PUERTA PORQUE TEME ENCONTRARNOS...
Si el mundo no llama a tu puertanena,llama tú a la suya...y si la puerta no se abre,fijate cuál es tu modo de pasar por ella...
El mundo no llama a nuestra puerta, pero sí nos sueña, nos fabrica, nos explica conformando nuestra subjetividad. Y ese carácter de inevitabilidad es nuestro punto de partida. Ser “el otro” del varón, es nuestra condición como quien asume una etnia.
Somos el segundo sexo, es necesario que nos veamos así. Segundo sexo, que no es ser diferentes, sino inferiores. El primer sexo es el masculino y es el sexo auténtico, como diría Sigrid Weigel.
El mundo no golpea nuestras puertas, pero está claro que somos nosotras las que debemos atravesarlas. Y cada vez que lo intentamos, acuden de forma inmediata, las imágenes que debemos penetrar. Pero como las imágenes del mundo y las nuestras se confunden, tenemos que animarnos a trasponer esas pequeñas puertas que dentro nuestro también están cerradas.
Pretender poseer una mirada liberada, sin revisar nuestra configuración personal y social, es una ingenuidad, y coarta nuestra propia aventura de autoconciencia, limitándonos a reproducir especularmente lo que la mirada del modelo determina.
Me ha resultado interesante, tomar en cuenta la noción de arquetipos planteados por Jung [1], aunque desecho, el considerarlos innatos. El carácter de innatismo, da a las nociones de “anima” (lo femenino en el hombre) y de “animus” (lo masculino en la mujer), un carácter esencialista, reduccionista, que se contrapondría con la búsqueda de la diferencia que se plantea desde el feminismo y el género. Por el contrario, adjudico -junto con las feministas jungianas- al arquetipo de “animus” el valor de internalización en la mujer del modelo sexista. Es importante señalar esto, porque una interpretación pegada a Jung en este tema nos llevaría a plantear que el “animus”: presencia de lo masculino entendido como “lo lógico, racional, lo objetivo”, no sería ni más ni menos que reconocer que per se, las mujeres carecemos de ello.
Esta idea es peligrosa y estereotipante. Tampoco interesa dar al “animus” la connotación de acción negada a las mujeres, ya que esto es producto de nuestro modo de estar en el mundo, como un “otro” derivado.
En todo caso, enfrentarnos con la internalización de este “animus” como modelo de lo masculino creado, desde lo institucional, verbal, personal y social, es lo que nos facilitará el camino para ir al encuentro de nuestra propia diferencia, teniendo en cuenta siempre, que no se puede hablar de un principio universal de géneros. No hay femenino o masculino, sino en relación a un contexto. Y podría afirmar que sólo por analogía podemos compartir caminos e identidades.
Entiendo que el descenso individual y social a lo inconsciente es el que hará que podamos incidir en nuestra transformación a nivel consciente: un mundo inconsciente cargado de significación para una conciencia que necesita redefinirse. El propio Jung señala la importancia de abordar lo inconsciente desde lo consciente y así, refiriéndose al lenguaje de los sueños, dice :
“Interpretando un nuevo sueño tendremos ocasión de abordar ciertas nociones esenciales, como por ejemplo la del arquetipo, expresión que designa una imagen originaria que existe en el inconsciente...”
“No tomar sino la perspectiva inconsciente proporcionada por el sueño, despreciando la situación consciente, sería la torpeza máxima y tendría por único resultado el descentrar y destruir la actividad consciente.”
Esta alerta sobre la necesidad de significar para un consciente despierto y no dormido, refuerza la perspectiva de aunar las nociones de género como el otro excluido, con las de una mirada que atraviese los arquetipos del “anima” y del “animus”.
Si queremos diferenciarnos, es necesario que reclamemos la legitimidad de nuestra propia experiencia, cómo y por qué construimos nuestra experiencia como mujeres. Luce Irigaray ha recomendado la metáfora del espéculo para volver el espejo examinador sobre los creadores de la teoría, para plantear cuestiones acerca de dónde y por qué la subjetividad femenina se ha disfrazado.
Yo propongo la mirada que traspasa la máscara, penetrar el patrón que ha conformado nuestra psique, y así como descarto el esencialismo explícito en la noción de “anima” y de “animus”, también rechazo la ingenuidad de rescatar "un modo de ser femenino", a menudo descripto como "natural", "espontáneo" y simplemente "diferente" del masculino como si en ese rescatar la naturalidad, consistiese la recuperación de nuestro perdido paraíso. Esto es un facilismo, tan nocivo como el de aceptar las determinaciones de la cultura de la neutralidad. Nuestra memoria colectiva, ha sido conformada en un orden simbólico patriarcal, y es ese orden simbólico, el que debemos atravesar.
Mirar no los arquetipos, sino mirar a través de los arquetipos, y aquí, en este mirar a través de, es donde nuestra perspectiva desde el género aporta al abordaje del imaginario femenino. Esta mirada permite hablar al inconsciente, que el inconsciente se exprese. Dejar que él hable y no hablar nosotras por él, es lo que nos posibilita, en el caso de la escritura y del arte, acceder a una elaboración de sentido donde encontrar el lugar de nuestra diferencia.
La noción de género es nuestro cable a tierra. El lanzarnos a la dilucidación de nuestras zonas de oscuridad: la posibilidad de definir el contorno de nuestros deseos y sueños.
Somos el cuerpo de lo diferente. Incluir y definir nuestro universo en el universo del cual somos el “otro”, es nuestra tarea. “El opresor -dice Cherrie Moraga-, no teme tanto la diferencia como a la similitud. Teme descubrir en sí mismo las mismas penas, los mismos deseos que los de la gente a quien ha herido... teme que tendrá que cambiar su vida una vez que se haya visto en los cuerpos de quienes ha llamado diferentes” .
Somos entonces, la valentía de nombrarnos desde el dolor o la carencia. Somos el cuerpo de lo diferente. El cuerpo de las diferencias. La aceptación de las diferencias. Las “otras” del “otro”, que a su vez nos reproducimos en una cadena infinita de “otredades”. Nuestro imaginario, el mío, el de las mujeres que cito y a quienes no conozco. El Imaginario femenino: nuestro inconsciente, y también nuestro mundo consciente como configuración de nuestros pensamientos y actos, fantasías y sueños. Nuestro modo de mirar a través de los arquetipos. ¿Cuáles? No siempre los mismos, no siempre el género duele en el mismo lugar. Y nosotras, ¿adentro o afuera del modelo? Adentro. También nos ha calado y nos ha conformado y hasta desfigurado.
La pesadilla del opresor, decía Cherrie Moraga, es el temor a tener que cambiar su vida, pero, esta pesadilla “no es exclusiva de él. Nosotras, las mujeres, tenemos una pesadilla similar, pues cada una ha sido en alguna manera oprimida y opresora. Tememos ver cómo nos hemos fallado una a la otra. Tenemos miedo de ver cómo hemos incorporado los valores de nuestro opresor en nuestros corazones”.
También nosotras estamos formadas en los valores de la exclusión. Aceptar cuán penetradas estamos por estos valores es parte de nuestra tarea. Saber mirar también “al otro” en nosotras es un ejercicio importante. Ir al rescate de nuestras propias zonas de oscuridad. Ir al encuentro de los arquetipos con la osadía del héroe. Con la osadía del héroe mítico, no del héroe Rambo. Ir al encuentro de nuestras propias zonas excluidas y que a veces se denominan racismo, superioridad de clase, internalización del modo de poder, manipulación a través del conocimiento, segregación por pertenencia a grupos, élites... Sigo citando a Cherrie Moraga:” he llegado a creer que la única razón que puede llevar a las mujeres de una clase privilegiada a darse cuenta de cómo ellas mismas oprimen, es cuando llegan a conocer el significado de su propia opresión. Y entienden que la opresión de otros las hiere personalmente”.
La realidad, nos hicieron creer, estaba afuera. No nos sigamos viendo escindidas de esa realidad, pero tampoco nos sintamos tan fuera de los códigos simplemente porque hemos aprendido a decodificarlos. Ni fuera de la realidad, ni nosotras exentas de estar conformadas por la pauta del modelo que criticamos. Las tramas y las trampas no son simplemente ataduras externas.
Mirar a través del arquetipo, mirar a través del modelo, hacia fuera y hacia adentro... Y nuevamente las palabras de Moraga... “sólo mirando la pesadilla se encuentra el sueño”.
La mirada atravesando la máscara, a veces desgarrándola, para situar la palabra del drama en un escenario propio, ya que también nosotras hemos recuperado el propio drama. A esta perspectiva la he llamado, apropiación simbólica de la acción en la escritura dramática, como apropiación simbólica de un modo de accionar y de expresión que la realidad nos niega.
Apropiación simbólica como un despliegue en acto de un imaginario que atraviesa imágenes arquetípicas con voz propia. La madre, el padre, las figuras parentales, las relaciones de poder, los héroes, las heroínas, las diosas, los íconos. Mirar estas imágenes arquetípicas no como “el otro” rechazado o criticado, sino vividas desde adentro, aceptando nuestra inmanencia. Ir a nuestro inconsciente cortando amarras con la forma aprendida de asociar o vincular, ir al conflicto, encontrando el sentido propio de la acción dramática, de los pulsos, de los silencios. Hallar el latido de nuestra visión del drama, porque lo hemos atravesado y hallado en la vida. Apartarnos de un afán de objetividad, como si tuviéramos que validar universalmente lo que nuestro inconsciente reclama. Bien sabemos que la objetividad del mundo nos ha excluido de las prácticas de otorgar significado.
“Si el mundo no llama a tu puerta nena, llama tú a la suya...Y si la puerta no se abre, fíjate cuál es tu modo de pasar por ella”, y podríamos agregar: “pero deberías hacerlo con voz propia chiquita, y no te importe si desafinas al cantar...”
En el drama de la vida: apropiarnos de nuestros fantasmas y los del mundo. En las piezas dramáticas: poner esos fantasmas y realidades en un escenario propio, sabiendo que el compromiso con nuestra capacidad de generar nuevos códigos de representación articulará significados y deseos en los espectadores, restituyendo modos de relación y de intercambio. Al hablar de una estaremos hablando de todas, por analogía, por asociación, por exclusión.
Lo femenino está en marcha, la escritura femenina también. Pero eso no significa afirmar que exista una literatura femenina, una dramaturgia femenina, porque sería un estereotipo. Creo que es saludable correrse de la afirmación de que existe una forma femenina de escribir, negarnos a ser el nuevo objeto del viejo discurso ya que esto no sólo empobrece nuestro confronte en el concierto cultural, como ya lo he expresado, sino lo que es peor, nos aleja del misterio que por supuesto, no es el que los hombres sospecharon y nos enseñaron, sino que es en todo caso, el que nosotras podamos descubrir.
Dar nuevo significado, desde el misterio sin el cual no hay vida, ni arte, ni literatura ni teatro, desde estas miradas que connotan una riqueza de matices, asociaciones, que permiten aprehender la flexibilidad del arquetipo viviente, la que acepta lo dual de toda imagen arquetípica: los aspectos benignos y la sombra, dolorosa unidad que nos constituye y nos lanza al circo del drama del mundo...
2. EL LADO OSCURO DEL ALMA O LA DRAMATURGIA DE LA NUEVA MIRADA
Un mundo que nos segmenta y nos explica desde el fragmento es ciertamente un mundo que nos acoge en el drama. Instalarnos en este desgarro, es a mi juicio lo que da sentido a una dramaturgia de la nueva mirada, la que permite un despliegue en acto de un imaginario que no se detiene en la denuncia o la queja, sino que atraviesa los mitos que nos calaron el alma. A menudo ciertos discursos meramente plañideros, los encuentro no solamente aburridos sino carentes de honestidad, como una especie de prolongación de la cháchara recurrente de pésimo realismo. Siento la necesidad de subrayarlo, ya que el hecho de que lo personal-histórico, individual colectivo en nuestra historia sea un motor importante, eso no significa que estemos liberadas de hallar niveles metafóricos imprescindibles en cualquier propuesta estética.
La heroína, la abuela, la silenciosa, la mística, la virgen, la prostituta, la madre, la hija, el padre, el guerrero, la esposa del héroe, la víctima, la santa, la histérica, la negra, la india, la desclasada... etc., etc. No importa el orden de nuestras imágenes, no importa la génesis. Aceptarlas, como quien mira pinturas, como quien sale al encuentro de sus sueños, como quien atraviesa el tiempo hacia atrás y se remonta por una vida pasada y cae en el túnel del inconsciente, pero ya no perdidas como Alicia. Saberse “el otro”, es saber ir al encuentro de los nuevos signos.
Un verdadero ejército de imágenes, sensaciones, miedos, palabras, vendrán a buscarnos, y nosotras sumergidas en ese vasto folclore colectivo, miraremos a través de ellas y dejaremos que los personajes hablen por sí. Es más, usaremos a nuestros personajes para que nos ayuden a despojarnos de aquellas palabras que en boca nuestra provocan dolor. No es que sean menos dolorosas en boca de los personajes, pero dejarán de dolernos en carne propia, o al menos, sentiremos que es un dolor compartido.
"La ficción es un espacio donde se puede aprender a caminar, a fantasear y a experimentar, para abrir una vía creativa... en la vida real de las mujeres ".
Género mujer.
Nuestro modo de ser en el mundo, y la inevitabilidad de nuestra perspectiva. Nuestra canción desesperada.
Teatralidad: La del mundo externo.
La de la psique a través de los arquetipos. La de la representación dramática en interacción con quienes la escriben (las dramaturgas)
Realidad y ficción en la construcción de una nueva subjetividad: El mundo externo y el interno en diálogo permanente, en la vida cotidiana y en la ficción a través de una obra dramática que proviene de una mirada que ha debido traspasar el espejo de su propia trama en la vida real.
Realidad que se enfrenta con una ficción en la vida de todos los días: esa que nos propone vivir como “el otro”, como el objeto del mundo, como la mitad del varón. Ficción que se construye como nueva representación a partir de haber desarticulado el “modo” mujer que la realidad del modelo propone, conformada a partir del drama que con voz propia se despliega, donde cada uno de los personajes se expone: Desde la exhibición de la máscara del rol, hasta la desnudez del alma. Desde la exhibición del yo social, hasta el desgarro del yo individual.
Nueva subjetividad: La que se vislumbra al transponer los umbrales de lo arquetípico.
La vida como un escenario. El escenario como una vida. Porque ver a través del arquetipo es como ver a través de la sombra, aceptando ese doloroso placer que da el saber de no saber quiénes somos, aceptar el desafío que tiene la sombra como agente provocador, unir orden con caos. Mirar y sumergirnos dentro de lo caótico, mirar sin preconceptos ideológicos, sin escisiones.
Solamente una estética que tenga en cuenta la complejidad de nuestra trama individual y colectiva, permitirá el desarrollo de un lenguaje femenino que dé cuenta de nuestra experiencia más allá de lo que la cultura del modelo, acepte o promueva.
Jung dice que la versión que la psique tiene de sí misma es animada, antropomórfica y dramática, como si consistiera en un grupo de personas interactuando activamente para apoyarse, desapoyarse, desgastarse, traicionarse o complementarse. ¿Qué mejor punto de partida para echar a andar el acallado inconsciente femenino?
¿Qué personaje no actúa a través de su ego, de su máscara y de su sombra? ¿Qué sentido, sino la aventura más apasionante, tiene ahondar el drama, si no es para ir más allá del ego conformado en forma arquetípica? Nos preguntamos: ¿hay acaso aventura más misteriosa, como mujeres, que aceptar la máscara y desafiarla animándonos a dialogar con nuestra sombra? ¿Hay placer más desconcertante que lanzarse al vacío de no saber quiénes somos, dado que descartamos las etiquetas de origen? ¿Hay placer más comprometido que el de construir un personaje capaz de mirar en todas las direcciones? Eugenio Barba, en su antropología teatral, dice respecto a la relación del actor con su sombra:
"La sombra surge sólo desde una fractura, cuando el actor sabe cómo abrir un boquete en la coraza de la técnica y seducción que se ha construido, cuando alcanza a dominarla, a poder salirse de ella y mostrarse indefenso, como el guerrero que se bate con las manos desnudas. Su vulnerabilidad se convierte en su fuerza"
Desde la palabra dramática, creo que también nuestra vulnerabilidad, se convierte en nuestra fuerza... Cuanto más compromiso con nuestras zonas de vulnerabilidad, cuando más compromiso con nuestras oscuridades, tanto más fuerte y potente será nuestra voz. Nuestra sombra también es nuestro “otro”, nuestro propio excluido. El imaginario construido sobre la base del pensamiento dominante, excluye casi por definición a la sombra y el compromiso con ella. El mal, no nos olvidemos, ha sido recluido de la convivencia en el mundo. El mal está fuera. La sombra también. Pero la sombra ha tenido una aliada, nosotras, las mujeres. Hemos sido la sombra en la definición de una humanidad, que no nos incluye en su pluralidad. Nuestro compromiso es doble: dejar de ser el “otro” del varón, y además penetrar en nuestra propia sombra, esos aspectos ignorados, oscuros y temidos doblemente expulsados de nuestra totalidad.
Apropiación simbólica de la acción, desde una escritura que traspasa el espejo de la sombra, que escruta la superficie, pero cala y penetra el lado oscuro del alma, sabiendo que nuestra felicidad consiste en sabernos dueñas del drama que descubrimos.
No basta sabernos rengas a partir de la definición de ser el otro del varón... Creo, insisto, nuestro mayor desafío es trasponer todo el andamiaje arquetípico, recuperando desde la mirada desaprendida que mira con pupila propia, el movimiento de la vida. Mirada desaprendida, como la nueva mirada, en busca de un horizonte, que mira atravesando los cristales de la sociedad patriarcal y que cuando propone un universo de significados, lo hace a partir de un orden que no acepta la visión de la neutralidad.
Sentido de la acción en la vida: como compromiso con cada una de las compuertas clausuradas o prohibidas como modo de acceder a la transformación personal...
Sentido de la apropiación de la acción a través de la escritura dramática: perdernos en el túnel de la complejidad psíquica capaz de otorgar carnadura a los personajes y ductilidad vital a las situaciones desde la mirada desaprendida, la única que puede captar todas nuestras resonancias.
La escritura que traspasa el espejo y se encuentra con la sombra, también aparece como un fenómeno de la libertad. Guiada como los salmones, que nadando contra la corriente, desovan o van a morir a su lugar de origen, en una de mis últimas obras, “¿Qué pasó con Bette Davis?” me comprometí con cada uno de los personajes a sumergirme en el horror como formando parte del alma y no como algo fuera de ella. En esta obra quise expresar que la división del bien y el mal tiene que ver con una conducta que se juzga a partir de la escisión de lo sagrado y lo diabólico. El imaginario individual y colectivo se ha construido en base a una idealidad más bien de corte moral, dando la espalda a la unión de orden y caos que, en sucesión dialéctica, conforman todo lo viviente.
“Para castigar a una bruja, habrás de apalear su sombra”, dice la tradición contra brujas en el país vasco. Frazer, refiriéndose a ciertas creencias de algunas tribus, afirma que “es frecuente que se considere a la sombra en el suelo, y a su reflejo en el agua, o en un espejo, como al alma... si ésta fuese maltratada, golpeada o herida, el daño sería sentido en la propia persona”.
Agresividad, culpa, vergüenza, sufrimiento, menstruación, vejez, fealdad física, gordura, inseguridad...: nuestra sombra, lo que no aceptamos de nosotras mismas, pero que constituyen nuestra humanidad, nuestros demonios, excluidos de la configuración arquetípica del eterno femenino, pero que nos esperan como espectros sedientos una vez que descorremos el velo. La sombra: nuestro inconsciente.
¿Poseemos la sombra o la sombra nos posee a nosotros? ¿Poseemos nuestro inconsciente o el inconsciente nos posee a nosotros? Apaleen la sombra de una bruja y estarán apaleando su cuerpo. Amordacen el inconsciente femenino y estarán destruyendo a la mujer.
3. ANIMUS Y ANIMA. UNA DUALIDAD QUE DUELE EN EL GÉNERO
" El que conoce lo masculino pero conserva lo femenino se transforma en un cauce que atrae hacia sí a todo el mundo”. Tao Té Ching
Jung introdujo los términos de “anima” y de “animus” para referirse a los que llamaba elementos contrasexuales inconscientes de la psique. Ya dijimos que el “anima” designaría los aspectos femeninos (o mujer interior) en la psique masculina, y “animus”, los aspectos masculinos (hombre interior) en la psique femenina.
James Hillman, dice que el “anima” es la representación de esa parte nuestra que puede enseñarnos a estar en el mundo, no sobre la base de la conciencia racional, sino a partir de la imaginación. “Anima”, define Barba en su “Canoa de papel”, es "el latido, la vibración, el ritmo", una de las dos temperaturas de la energía, que nos atraviesan como seres humanos.
El “animus” sería el conjunto de los aspectos contrasexuales y estaría representado por: la palabra, el poder, el significado y la acción, y sintetizarían los aspectos de los cuales careceríamos y a los que deberíamos apuntar a desarrollar.
Pero insisto en ampliar nuestra visión sobre “anima” y “animus”, y coincido con Demaris Wehr, en que si damos a esta connotación un carácter de numinosidad, divinizamos y esencializamos, lo que en realidad es una imagen internalizada del sexismo: Las mujeres carecemos de pensamiento y de acción... (animus). Las mujeres somos esencialmente sensibles e intuitivas (anima), de donde tomar “anima” y “animus” como paralelos puede llevarnos al error que implica deducir la psicología femenina de la psicología masculina.
El aporte de Jung es sumamente valioso si se pone entre paréntesis “lo femenino” y “lo masculino” como categorías del Ser. Su error, consiste asignarle valor ontológico, a lo que es constructo histórico-cultural. Anima y animus, son dos categorías que duelen en el género, y es desde el género, desde donde debemos atravesarlas y recuperarlas para un nuevo sentido. Por lo tanto: recuperar la energía del “anima” sería entonces, de acuerdo al presente análisis, recuperar nuestra capacidad de conexión con lo inconsciente. Y al hablar de recuperar la energía del “animus”, estaríamos hablando de legitimar el pensamiento, el poder y la autoridad, por derecho propio.
Y ya que de redefinir lo femenino se trata, ¿de qué manera deberíamos lanzarnos a la recuperación del “anima”?
Dice Jung: “El anima, es el apriori de los estados de ánimo. Es vida detrás de la conciencia. Un arquetipo entre muchos otros. Un aspecto de lo inconsciente. Lo que no es yo, es decir lo que no es masculino, es probablemente femenino, y como es no yo..., por consiguiente es proyectada en general sobre las mujeres”.
Definir al ánima como el no-yo esencial, como lo contrario del yo masculino, no es más que la internalización de lo femenino como “el otro excluido”. Lo que no hace sino corroborar todo lo sostenido desde el género. Por otra parte Jung define a lo inconsciente colectivo, como todo aquello que el mundo ha objetivado... soy el objeto de todos los sujetos. En el caso de la subjetividad femenina, y de acuerdo a nuestro análisis, el inconsciente colectivo funcionaría entonces, como el sistema de valores que nos ha objetivado como “lo otro”, convirtiéndonos en el “objeto” (no sujeto, o sujeto otro) del sujeto del mundo (que obviamente es masculino).
Ya dijimos que tomar la noción de “anima” como una determinación apriorística, es otorgarle una estaticidad peligrosa. Pero a la vez, ¿aceptar? que nuestra subjetividad está conformada sobre la noción de ser “el otro excluido de la racionalidad”, nos permite, calar las diferentes máscaras con las que el “anima” se nos presenta y representa, a lo largo de la historia. En última instancia para atravesar nuestras representaciones, ¿no hemos tenido que asumirlas? Y este es el ¿juego? que propongo.
“¿Con el arquetipo anima entramos en el reino de los dioses, o sea en el campo que se ha reservado a la metafísica. Todo lo que el anima toca, se vuelve numinoso, es decir incondicionado, peligroso, tabú, mágico?”
Dejo correr mi propia reflexión sobre el cuerpo teórico de Jung: sí, somos el otro del verdadero sujeto. Acepto mis determinaciones de género como “el cuerpo otrizado del varón”, pero sólo como punto de partida para traspasarlo y transformarlo. Convengamos que sí, que provenimos del marco que nos sitúa en el horizonte de lo peligroso, tabú, mágico. ¿No es un desafío, traspasar el marco de lo dado? Y al traspasarlo y transformarlo, ¿no es una manera de acceder a comprender el carácter de lo supuestamente dado? Para Jung cuando todo se vuelve tabú, todo se vuelve femenino, todo se vuelve peligroso, pero cuando más adelante, él acepta que el “anima” (representación de lo femenino) al hombre antiguo se le aparece como diosa o como bruja y al hombre medieval como madre iglesia, está aceptando que “anima” es un constructo histórico derivado de una concepción patriarcal de la deidad. Y esto convierte a la noción de “anima”, en un aliado valiosísimo para una mirada “desde el género”. En definitiva es como decir, hemos sido lo negro, las brujas, el mal, lo demoníaco, ¿de qué vale negarlo, si sobre esas bases se nos ha construido? Apropiémonos de esas representaciones (cualesquiera sean) y veamos qué nos pasa cuando las penetramos. Y es el propio Jung el que nos da la clave para nuestro empalme desde el género, cuando dice: “Ni en el caso de la sombra, ni en el del anima, basta meditar sobre ellos. No es posible vivenciar su contenido por una perspectiva sentimental o sensible. De nada sirve aprender de memoria una lista de arquetipos. Los arquetipos son complejos de vivencias, que aparecen fatalmente, o sea que fatalmente comienza su acción en nuestra vida personal”.
Y aquí es donde se hace más evidente la correspondencia dialéctica de “anima” (internalización de lo construido como femenino) con “género” (nuestro estar en el mundo). De nada vale tomar un arquetipo si no se ha reflexionado previamente y asumido la mirada desde la cual atravesarlo. ¿De qué valdrá exponer listas de arquetipos y descripciones o críticas, si no se tiene en cuenta el desde dónde?
“Cuando todos los apoyos y muletas se han roto, y ya no hay detrás de uno seguridad alguna que ofrezca protección, sólo entonces se da la posibilidad de tener la vivencia de un arquetipo que hasta ese momento se había mantenido oculto en esa carencia de sentido cargada de significado que es propia del anima”.
Nuevamente, la conciencia de género acude como una clave preciosa para situarnos frente al arquetipo, y alejarnos de toda ilusión de navegar encandilados en su superficie. Somos nosotras desde nuestras determinaciones profundas de género, quienes damos valor al arquetipo. Por ejemplo, tomemos el caso de los arquetipos propuestos por alguna de las diosas de la antigüedad. Es la mirada quien determinará el sentido de Afrodita o de Palas Atenea, o de Kali... Con seguridad mi traspasar el velo de la poderosa Afrodita (parafraseando a Woody Allen) no ha de ser el mismo que para una mujer negra, y aún menos para una negra lesbiana, o menos aún parecido para una oriental. Yo no creo, en las simplificaciones que pretenden hacernos creer que hay tipos fijos: Mujeres Afroditas (seductoras, sensuales, amantes) Mujeres Palas Atenea (frías, inteligentes, luchadora y autónomas) Mujeres Kali (terribles, caóticas) y que reencontrarnos con determinadas vibraciones, nos llevará a recuperar a la diosa interna perdida. La mejor tarea que podemos asumir, es la de traspasar cualquiera de esos atributos y darles un sentido desde nuestra visión de género. La conciencia de nuestra condición como mujeres, nos llevará a un compromiso con nuestra subjetividad. La identificación con un modelo o la sustitución de un modelo por otro, me resulta falsa y anestesiante. Descreo de los manuales básicos, que nos prometen restitución de heridas urticantes (y que amenazan con quedar abiertas) a través de una suerte de filosofía balsámica de la Nueva Era...
Muchas de las sistematizaciones que se han hecho sobre la tipología femenina, lejos de parecerme liberadoras, me resultan trampas seductivas y engañosas, porque conllevan en sí el peligro de adoptar identificaciones con tal o cual forma arquetípica, corriendo el riesgo de encerrarnos en un estereotipo, desde el cual se vuelva a reintroducir una nueva forma de esencialismo. ¿Las mujeres somos esencialmente algo? Si algo creo que hemos sido, es “el otro inexistente”. Volver a mirarnos en las caras de los antiguos dioses, es una tarea enriquecedora, sólo si sabemos mirar más allá de lo que aparentan significar y a partir de allí, introducir modificaciones en nuestro actual marco de representaciones. En el caso específico de las diosas, quizá debamos comprenderlas simplemente para saber en qué medida nos constituyen, en qué medida debamos modificarlas, destruirlas, polemizarlas, convivirlas, pulverizarlas, traspasarlas, acunarlas, transformarlas, olvidarlas, soslayarlas, escucharlas, desoírlas, enmudecerlas, castigarlas....
¿No sería patético, que comenzaran a inundarnos con esencialidades de nuevo cuño, al estilo de: Compórtese como Palas Atenea, dirija sus propias batallas...O... ¿Por qué no convertirse en Circe de su propio esposo?, ¡basta de dualidades!...Si Afrodita generó Troya, ¿qué nos impide explotar con fines propios los secretos de la manzana de la discordia?...
Comprendo que el mundo que nos toca vivir, es sumamente angustiante, y que la tentación de erigirnos en diseñadores de un panteón de dioses menos amenazantes es un señuelo atractivo. Pero a veces lo que nos resulta menos amenazante se debe simplemente a que no lo conocemos en profundidad. Tranquiliza más de pronto un dios de la antigüedad, sólo porque estamos muy alejados de su sistema de premios y castigos. Desde mi perspectiva lo único que me resulta menos angustiante es seguir avanzando en esta manera de conocer-crear y crearse en forma espiralada. Sabiendo que la nueva mirada, tan sólo garantiza un proceso, lento, a veces discontinuo, pero sin duda ascendente, y que las mujeres con conciencia de género estamos sembrando gérmenes incalculablemente valiosos en esta tarea de aportar significado.
Y nuevamente Jung es importante cuando dice: “sin duda el significado nos parece el primero de los sucesos, porque suponemos con cierta razón que somos nosotros mismos los que lo otorgamos. ...Pero ¿cómo otorgamos significado? ¿De dónde lo tomamos en última instancia? Nuestras formas de otorgar significado son categorías históricas que se pierden en una oscura antigüedad”
La pregunta jungiana es más que válida, y se me ocurre que sólo puede ser respondida desde el género. Y si género es conciencia de nuestra existencia como el otro del varón, se hace claro que traspasaremos las imágenes arquetípicas (modélicas) desde nuestra configuración social, étnica, cultural, sexual, política, etc. como modo de acceder al suceso de otorgar significados. Y esta conciencia es la que nos permite retroceder en esta suerte de arqueología que hurga en el origen, ayudándonos a restituir un horizonte mítico, ya que la naturaleza de lo femenino, ha sido excluida como modo constitutivo del universo...
“Cuando el Dios oculto pasó a identificarse con el espíritu y el bien absolutos, la naturaleza y la vida natural, el reino de la diosa ya desplazada tuvo que soportar inevitablemente la proyección del mal. Como la naturaleza se convirtió en el reino del mal y del Diablo, había que someterla y mortificarla, y tenía que hacerlo la parte divina del hombre”.
Revisarnos desde la experiencia individual, desde la historia social, desde nuestra configuración ética, explicar nuestro sistema de representaciones, entendernos en la conformación de nuestro sistema de valores desde la religión patriarcal, descender a hasta los orígenes de nuestra pérdida de poder. Hemos sido conformadas a imagen y semejanza de un ojo masculino, dominado desde el ojo del Dios patriarcal. Hemos perdido la capacidad de sentirnos diosas en el sentido de ser creadoras o modificadoras del universo. Dios no ha vivido para nosotras. Y nosotras hemos muerto para él. Revisarnos es vernos, en la imagen propia y en la imagen otra , pero sin conciencia de género, no hay penetración posible del modelo, capaz de conducirnos a una transformación.
Género - Mirada a través del arquetipo - Transformación.
(Entendiendo que la transformación no es un resultado sino un camino.)
Mirar a través del arquetipo, es una aventura de sentido, sabiendo que la meta es un punto con seguridad más elevado en la espiral de comprensiones. En lo artístico, es comprender que crear universos significa no ser diferentes del universo mismo que creamos, sabiendo que somos en carne viva, el drama del mundo, desde la condición que nos ha tocado.
Género mujer y teatralidad: La que da cuenta de su lugar en el mundo y se lanza a su propia completitud combinando “anima” y “animus” (internalizaciones de lo femenino y lo masculino como categorías conformadas). Nuestra actitud de base, de soporte, la que nos lleva a bucear más allá de lo binario. Nuestra meta: la transformación, sin resultados absolutos. El lugar donde nuestra palabra hallada nos sitúa en un tiempo diferente del lenguaje.
"... El lenguaje desborda de espacio, empeñado, como toda la cultura, por efectuar operaciones reductoras, a escala dominable del tiempo. Por ello, la palabra tiene una pesadez que desespera al poeta... No es impensable un lenguaje que incorpore a sí el tiempo. Como tampoco es impensable la incorporación por la mujer, de ese tiempo femenino que ella es pero que no ha verbalizado. Buscar la inclusión es cesar de expresarse en la lengua del amo”
La cultura procede de la psique masculina, y las mujeres no hemos sido las creadoras de la cultura, instituciones, y sistemas míticos, sino sus internalizadoras, descubrir la subcultura femenina es nuestra tarea.
"Es decisivo que las mujeres veamos el potencial de inautenticidad que encierra el uso de un símbolo masculino para legitimar nuestro propio poder. Si no hallamos imágenes femeninas del pensamiento y la autoconfianza, damos la espalda al rechazo y el temor que siente nuestra sociedad ante el poder, la autoridad y la racionalidad de las mujeres... Sugiero que no usemos las imágenes masculinas como una forma fraudulenta de conseguir poder femenino y pensamiento legitimador femenino...”
Asumamos la escritura como un acto de despojamiento. Despojamiento de la mirada aprendida hacia la mirada de la autoconsciencia.
"La tarea es entonces, la deconstrucción de los signos, y sobre todo, de su armadura invisible. Alterar una sílaba, un nexo, crear una fisión semántica, rompiendo la relación entre significante y significado. Instaurar una lógica distinta, que incorpore en una misma unidad momentos antitéticos y oposicionales.”
Hallar imágenes propias. Animarnos a nuestra propia poética, sabiendo que el valor de la palabra propia reside en que si no son ajenos nuestros sueños ¿por qué habríamos de traducirlos con las palabras de otros?
De la inexistencia planteada por el género al otro lado del espejo de las imágenes arquetípicas que como modelo han conformado nuestras psiques. Del mar misceláneo de nuestro inconsciente a la palabra. De la palabra a la resignificación de la acción como forma de restituir simbólicamente un poder negado desde lo social... Tal el sentido de esta reflexión sobre género mujer y teatralidad. Quizá un modo de insertarnos en el mundo, del que fuimos excluidas, desde la creación propia. Y desde allí contribuir a la construcción de la unidad, de la cual también ha sido expulsado el mundo. La escritura desde el género, sin duda, un rito de restitución. Género mujer y teatralidad, nuestro modo de fundarnos y afirmarnos desde la diferencia.
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